“Fargue es surrealista en la atmósfera”, decía André Breton en las líneas sueltas alejadas de la prosa del Manifiesto Surrealista. La mayoría de los aludidos en ese texto fueron inadvertidos, o habían muerto años, décadas o siglos atrás (Dante figuraba). Pero en el caso de Léon-Paul Fargue, él sí era su contemporáneo, y se deslindó de toda pertenencia del grupo de Bretón; era además abiertamente un opositor al surrealismo. La relación Bretón-Fargue no es de utilidad para este Preámbulo II, pero a excepción de palabras como “cielo”, “estrellas”, “sol”, o “aire”… la palabra “atmosfera” es lo más opuesto a lo exclusivamente terrestre de lo que alguna vez escribió Bretón. Si uno es necio, su relación con el cosmos se puede también analizar desde subjetivos puntos de vista y sus relaciones personales de al menos un grado de separación.
I. El Comisario y Coyoacán
A pesar de la inmensa cantidad de personajes que figuraban en los politburós, los comités, las Internacionales, La Ciencia y el Ejercito Rojo, podemos acotar a cuatro el número de iconos soviéticos universales: Lenin, Trotsky, Stalin y Gagarin. Y podemos depurar en dos, a aquellos con relación a la Ciudad de México: Leon Trotsky y Yuri Gagarin. Echando rienda del optimismo, estos dos personajes han pasado a la historia en el bando de los buenos. El primero por ideología e integridad, y el segundo por valor y heroísmo, y también por ingenuidad. Es de conocimiento popular el paso de Trotsky en nuestra ciudad, pero no tanto así la del Teniente Gagarin.
Trotsky llegó a México gracias a la mediación de Diego Rivera con el General (y presidente) Lázaro Cárdenas, y se instaló en Coyoacán. Ahí, en el mismo barrio donde viviera Hernán Cortes y Bernal Díaz del Castillo, y también ahí donde fuera martirizado Cuauhtémoc, nuestro último tlatoani. Como la Roma y el Centro Histórico, Coyoacán ha sido una de las zonas con más actividad artística a lo largo de los siglos, y a diferencia de las otras dos, con clima fresco casi todo el año. El pueblo arbolado le decían, el sur. Aunque solo hace falta ver un mapa para darse cuenta que Coyoacán es el verdadero centro geográfico de la Ciudad de México. Tiene piedra negra debajo y encima. Allí se respeta la madera, huele a madera de sus jardines y de sus inmensos pórticos y zaguanes. Casonas sin miedo al espacio, pisos de cuatro metros y luz amarilla, nunca blanca. En Coyoacán el tiempo es lento.
Al llegar Trotsky a México se instaló en la Casa Azul, y después en una casona en la calle Viena, en cuyo patio se colocó una pieza de Juan O’Gorman. Causa añoranza imaginar ese Coyoacán de los años treinta en una ciudad progresista, independiente, intelectual y con una memoria histórica sensible. Pensar en las tertulias que tendrían lugar en esa casona los grandes artistas, arquitectos, músicos, escritores e ideólogos de la época. Los buenos y los malos. Y es que, aunque no cabe mencionarlo, pese a discusiones con la editora, a veces me es imposible separar al autor de su obra. Y aunque el talento no está en controversia, las convicciones estalinistas de David Alfaro Siqueiros que lo llevaron fraguar el intento de homicidio contra Trotsky, no hacen más que cuestionarme sus valores humanistas e ideológicos, que tampoco caben en este espacio. Afortunadamente, el talento artístico de Siqueiros era proporcionalmente opuesto a su talento homicida e índices de maldad. Entre Siqueiros y cia. soltaron más de 400 balazos en la casa del líder soviético sin ni siquiera fastidiar su estilizado peinado. Lo que pasó después es otra historia, la de Ramón Mercader, quién no solo concreto el asesinato, sino que a la postre fue condecorado Héroe de la Unión Soviética bajo el mando de un infame estalinista como Nikita Jrushchov.
André Bretón intentó sin éxito en por lo menos dos ocasiones asociar el surrealismo al comunismo durante la Tercera Internacional, y varios años después acercándose al trotskismo. Y ese acercamiento fue aquí, en la Ciudad de México, tan solo un año después de la llegada del Líder-Comisario Trotsky, y dos antes de su magnicidio. Las charlas entre ellos debieron ser larguísimas, en esa casa de la calle Viena, y en los Viveros y en el Jardín Centenario. Hay fotos en las que se les parece ver de picnic en Chapultepec, en incluso en las cercanías de la Catedral Metropolitana. De esas platicas, en compañía de Rivera, concibieron el Manifiesto por un arte revolucionario independiente, pilar de idiosincrasias rebeldes y frontales, de la Ciudad de México para el Mundo.
II. Acuerdo Tripartito
Lo que sabemos de la personalidad de Yuri Gagarin es bastante cuestionable y a cuenta gotas. La hermética Unión Soviética solo hacía alarde de sus orígenes humildes, los logros en la academia militar, de la valentía y de su entrega al sistema. Sin embargo, su mirada dice más: nobleza y un extraordinario instinto de aventura por lo desconocido. Y vaya que estamos hablando del primer ser humano en el cosmos. Lo que sabemos de Leon Trotsky es obviamente su carrera política y militar, su cercanía a Lenin desde joven, su lucha por la clase obrera y la comunión con sus camaradas gracias a su conciencia humanística. Todo esto se traduce a otra búsqueda de lo desconocido: en este caso la equidad entre los humanos. Algo que a simple vista esta más cercano que el cosmos, pero que en pleno siglo XXI sigue siendo un enigma. Echándole tantita imaginación, aunque uno ingenuo y otro rígido, Gagarin y Trotsky comparten mucho de su misión en este mundo. A su vez, ambos comparten intenciones y cosmogonías con André Breton: los tres intentan rebasar los anhelos de nuestra especie y transgredir lo establecido: el cosmos, el sistema social y la estética. Así, en ese orden.
Afortunados somos todos de que Octavio Paz escribió de mucho y de muchos. Otro gran explorador que se las arregló para nacer y morir en su Ciudad de México. Más allá de su poesía y ensayos que apuntan al mundo literario, Paz escribió extensamente sobre arte —aunque poco en relación a su obra completa—. Ensayos, artículos y notas acerca del arte escritos desde la posición de un “aficionado” (decía él humildemente), están reunidos en un tomo de sus obras completas publicadas por el FCE y atinadamente llamado Los Privilegios de la Vista I. Allí hay desde arte precolombino y la antigua Alejandría, pasando por casi cada época de la historia hasta llegar Robert Rauschenberg o Antoni Tàpies, su generación, los modernos. Y por supuesto que habló de André Breton. Más allá de las líneas que le dedicó a la poesía del francés y a sus esfuerzos por el arte surrealista, lo que nos compete aquí es lo que escribió sobre su persona. Y siguiendo con la premisa de la trinidad Gagarin/Trotsky/Bretón, hagamos libremente de esas líneas una descripción tripartita:
Hay dos imágenes de André Bretón, opuestas y, no obstante, igualmente verdaderas. Una es la del hombre de la intransigencia y la negación, el rebelde indomable, le forçat intraitable; otra es la del hombre de la efusión y el abrazo, sensible a los secretos llamados de la simpatía, creyente en la acción colectiva y, aun más, en la inspiración como facultad universal y común a todos. […] Unos pocos ejemplos bastan que la palabra “comunión” tuvo en su vida una influencia no menos decisiva que la palabra subversión…[…] Cierto, no es difícil oponer a estos ejemplos otros, no menos convincentes, de su individualismo, su amor por lo insólito y la transgresión, su culto a la revuelta y a la rebelión solitaria. […]
III. El Teniente y el Museo
Yuri Gagarin se fue al cosmos el 12 de abril de 1961, fue el primer humano allá afuera. Viajó a bordo del Vostok 1 durante menos de dos horas, y la verdad aceptada al día de hoy es que muchos procesos del viaje y funcionamiento de la nave eran aún teoría, además de la falta de conocimiento (casi por completo) de la reacción del cuerpo humano ante la ingravidez. Aún así, el camarada logró ascender y gravitar, admirar el cosmos azul y negro y vernos desde muy lejos. La capsula que lo trajo de regreso tampoco arribó al lugar previsto de encuentro —las fallas técnicas fueron incalculables, quizás nunca calculadas—, lo hizo a muchos kilómetros de allí, en el campo. Su primer contacto humano fue con una aldeana que se encontraba pasmada por los hechos ante su vista. Sin embargo, Yuri la supo tranquilizar con las palabras correctas: “no se alarme, soy soviético”.
Aunque no existen pruebas, el sistema comandado por el (otra vez) infame Nikita Jrushchov escribió en la historia (en piedra) que las primeras palabras que un ser humano pronunció en el cosmos fueron: “Aquí no veo a ningún Dios”. El Teniente-Camarada y Comisario Gagarin murió joven, a la edad de 34 años en 1968, apenas 7 años después de su gran aventura. Murió piloteando un clásico MiG ruso —en un vuelo de rutina absoluta—. El reporte oficial cuenta fallas técnicas aunadas al mal tiempo. El popular cuenta que iba en colmado de vodka. Nunca lo sabremos, pero si el populo tiene la razón, el Teniente Gagarin pasó a la historia como uno de los nuestros que estuvo allá como nadie, y murió aquí como todos. Camaradería comunista, más no soviética, y estalinista mucho menos.
A pesar de su corta vida, el Teniente ruso visitó nuestra Ciudad de México en 1963, apenas dos años después de su viaje en el Vostok 1. Vino acompañado de Valentina Tereshkova, la primera mujer allá afuera. El motivo: un congreso internacional de aeronáutica. Gagarin y Tereshkova fueron recibidos por López Mateos, presidente de México. El protocolo nacional es suficiente como para enterrar por completo un acto tan importante como este, pero afortunadamente, la Embajada Soviética pactó de antemano una única entrevista con los dos Tenientes en la Radio Universidad. Una auténtica joya radiofónica (la más) en la que se debaten temas como el papel de las universidades en la conquista cósmica, y básicamente todas nuestras dudas de allá afuera, incluso sociales. Esta grabación es una sobredosis de Nostalgia pura, ad hoc para estos tiempos.
La visita de Gagarin es ya muy lejana —con más poesía que técnica—, pero afortunados somos de que vino a nuestra ciudad. Recientemente se colocó (no me consta aún) en las instalaciones del Museo de Historia Natural un busto del Teniente-Camarada-Comisario-Cosmonauta Yuri Gagarin. La obra fue donada por el Fondo Público Internacional, a través de la Embajada de la Federación Rusa en México en coordinación con la heroica Agencia Espacial Mexicana (AEM).
Plan para el primer día de regreso a la normalidad: ir a recorrer Coyoacán y sus jardines, para después hacer un breve paseo por la Facultad de Ciencias de la UNAM. Ir al Museo de Historia Natural, rendir tributo, y regresar al Coyoacán de Trotsky nuevamente para cenar.