Llamamos “centro” a una zona específica de las ciudades porque desde allí salen todas sus mercancías, creencias y leyes. Más allá de una referencia geográfica, este título le confiere cierto estatus a la región que lo ostenta. En la Ciudad de México pasa algo curioso porque en un diminuto fragmento del Centro está nuestro kilómetro cero. Y de allí se desborda, a borbotones, la mancha urbana que somos.
El kilómetro cero del ombligo de la luna
En náhuatl, la palabra “México” significa en el ombligo de la luna, así que es ya una especie de centro en sí mismo. La historia más fantástica sobre esto es la del encino que estuvo plantado al pie de las escalinatas del templo de Huitzilopochtli que, según la cosmogonía mexica, soportaba toda la bóveda celeste. Mientras que la copa del encino soportaba la bóveda, el tronco era el conducto de los flujos cósmicos, y se creía que las raíces conectaban con el inframundo. Hace no mucho, el INAH encontró un tronco de encino de alrededor de 500 frente al adoratorio del gran Huitzilopochtli. Nuestro kilómetro cero, por razones obvias y también seguramente cósmicas, está muy cerca de allí.
En el cruce de Argentina y Guatemala, justo antes de que empiece la calle Tacuba, está nuestro kilómetro cero; el secreto mejor guardado del urbanismo novohispano. A diferencia de muchas ciudades, nuestro km 0 no está señalado por ninguna placa. De hecho estuvo oculto hasta 1946, cuando el historiador Manuel Toussaint publicó la historia de Alonso García Bravo, el primer urbanista de México.
A García Bravo le debemos el trazado del Zócalo, la ubicación de la Catedral, la primera esquina de la Nueva España y el ancho de nuestras calles. El urbanista participó en las expediciones de La Conquista hasta 1513, y para Cortés era uno de sus elementos más valiosos. Participó en batallas como la toma de Tlapacoya y también trazó la Villa Rica de la Verdadera Vera Cruz. Una vez consumada La Conquista de Tenochtitlán, le encomendaron el trazo del Centro de la Nueva España, que debía partir de las ruinas del Huey Teocalli.
La placa que nunca fue
En 1550, con 60 años, García Bravo envió un memorial al rey de España solicitando el reconocimiento por su trabajo, pero nunca recibió una respuesta. Tan es así que no existe siquiera una placa que diga que en 1523 un tal Alonso García Bravo ─conocido por sus compañeros como “el Jumétrico” o “el Geómetra”─ trazó los primeros planos de la capital novohispana. Al contrario, el documento de García Bravo se quedó guardado en un cajón del Archivo General de Indias de Sevilla, que no fue abierto sino hasta los primeros años del siglo XX. Para ese entonces la carta estaba amarillenta y cayéndose a pedazos.
Siempre ha habido confusión sobre nuestro kilómetro cero. Para algunos está frente a la Catedral Metropolitana, exactamente donde está la estatua de Enrico Martín, antiguo cosmógrafo del rey y responsable de las obras del desagüe de la Nueva España. Pero este dato no corresponde al kilómetro cero del país que, de hecho, está a 11.8 metros hacia el oeste de la puerta principal del Palacio Nacional, según un decreto presidencial de 1842 firmado por Antonio López de Santa Anna.
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