Desde el siglo XVI, la casa de Manzanares 25, en La Merced, se mantiene en pie. Sus paredes, que han sobrevivido incontables terremotos e inundaciones, una cruda conquista, un largo virreinato, una guerra de independencia, dos imperios fugaces, un conflicto revolucionario y un puñado de repúblicas, se ganaron el indisputable reconocimiento oficial como la casa/habitación más antigua de la ciudad. Hoy, tras siglos a cuestas de usos y desusos, Manzanares 25 vuelve a brillar. Ya no más como casa si no como un centro cultural infantil y un museo sobre sí misma.
Esta construcción en la Merced fue casa-habitación desde Tenochtitlán. Conserva su integridad de piedra, tezontle, cantera y estuco, a la usanza novohispana, y su distribución tiene la esencia mesoamericana. Sus 12 cuartos que rodean un patio central han padecido más de lo que se haya escrito acerca de esta ciudad.
Hace más de ocho años que el Fideicomiso del Centro Histórico comenzó a restaurarla. El objetivo era hacer un museo de sitio que divulgara y preservara el valor del inmueble, y también un centro cultural que ofreciera talleres de dibujo, gastronomía, música, cine y literatura dirigidos a niños de la localidad. Y así sucedió…
El valor de Manzanares 25 es incalculable. No solo como estructura histórica tiene un lugar único en la memoria arquitectónica de la ciudad, sino que bajo su nuevo propósito, adquiere un valor activo como un epicentro que funge como contrapeso sociocultural en una zona de alta marginación, en la cual la explotación infantil es una realidad cotidiana.
Los edificios tienen memoria, la adquieren por su condición. La actividad que se desempeña dentro de su espacio es la esencia que impregna su devenir. Al parecer, lo que alguna vez fue una casa, nunca deja de serlo; quizás la única diferencia es que ahora es una casa común, con sus puertas bien abiertas para que cientos de niños la hagan su hogar.
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