Decía Carlos Monsiváis, quien por cierto creció en La Merced:

La Merced revela, en el atropellamiento y en el orden, una de sus funciones singulares. Es la depositaria (el museo, el entrecruce, el ágora) de las culturas populares de este siglo, de todo lo que se vive y se ama y se memoriza y se olvida y se teme y se frecuenta.

Es verdad que la zona de La Merced guarda desde lo más común a lo más insólito. Y es justo en ese abigarramiento donde uno encuentra estímulos para recordar por qué quiere tanto a la Ciudad de México –Porque a las ciudades se les ama, si se les ama, por sus temperamentos.

Hace poco visitamos, de la mano de los historiadores Yuri de Gortari y Edmundo Escamilla Solís, el barrio y Mercado de la Merced. Y aunque es verdad que uno puede recorrer este alucinante barrio sin más guía más que los meros instintos, la experiencia de ir acompañado de estos dos apasionados de la gastronomía tradicional –y casi oriundos del mercado– es fascinante. Primero porque Escamilla sabe la historia, reconoce cada edificio, cada palacio, y su infatuación es contagiosa. Y luego porque Yuri es un maestro en el arte marcial de caminar por pasillos angostísimos sin tirar nada y sin chocar con el prójimo. Y porque conoce a los marchantes y elige los mejores ingredientes.

La Merced

Yuri de Gortari durante el recorrido en el mercado La Merced

El Mercado de la Merced, aunque su actual construcción es de 1957, empieza en el siglo XIX como el Mercado del Volador y el Parián, y hasta los años setenta fue la central de abasto de nuestra ciudad. Es difícil creer que a principios del siglo XX el mercado seguía rodeado de canales y ríos y la gente iba a hacer sus compras en canoa. En esos tiempos, también, todas las hortalizas, frutas y legumbres salían de Xochimilco a las 12 de la noche y llegaban al Mercado de la Merced a las 4 de la mañana.

La Merced

Hoy muchísima gente se sigue abasteciendo en el Mercado de La Merced (con 50 pesos compras más de lo que puedes cargar en el hombro), pero casi nadie se mete al barrio, detrás del mercado, por su fama de santeros y prostitución flagrante; es, después de todo, territorio y dominio de la Santa Muerte. Pero es también la razón por la que la Ciudad de México se apodó alguna vez “la ciudad de los palacios”. Y si uno va de día, digamos en domingo, no hay más que maravillas a donde se mire (disfraces, vestidos para el niños Dios, masajes en la banqueta, depilaciones –también en la banqueta–, pan calientito, plátanos con lechera, palacios arquitectónicos), incluido el restaurante Aquí es Oaxaca, que merece un espacio aparte, donde terminó nuestro recorrido.

En La Merced la ciudad de México encuentra raíz, razón nutricia y gozosa permanencia, concluye Monsi.

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