En Azcapotzalco, a unas cuadras del Parque de la China está la unidad habitacional El Cobre de México, a primera vista muy convencional. Un cubo de ladrillo naranja abarca apenas una cuadra y es, comparada con unidades como Independencia o El Rosario, pequeño y poco espectacular. Pero en este conjunto de 128 departamentos acaban de descubrir un jardín que el arquitecto Luis Barragán diseñó y por mucho tiempo pasó desapercibido (frente a nuestros ojos).

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El Cobre de México

Después de tener su archivo oculto por años, la Barragan Foundation sacó a la luz una lista de 170 proyectos que el arquitecto dirigió o en los que estuvo involucrado. Uno de ellos es, precisamente, el jardín de este conjunto de interés social, que en 1965 mandó a construir el dueño de una fábrica de cobre con el fin de dar casa a los obreros. 

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En el archivo se pueden encontrar las fotos (recientes) del proyecto, ficha técnica y planos, así como bocetos originales, que muestran los materiales y las formas que Barragán estipuló desde aquel entonces: pisos de laja, bancas de cemento pulido amarillo y rojo o tepetate (esa suerte de piedra volcánica que absorbe mucha agua).

Barragán y la vivienda social

A diferencia de muchos de sus colegas, Luis Barragán nunca se involucró mucho en proyectos públicos. De hecho esta fue una de las pocas excepciones: el archivo sugiere que Barragán llegó porque la arquitectura del complejo estaba en manos del Sordo Madaleno, con quien colaboraba paralelamente en el proyecto de Lomas Verdes.  

Este proyecto es testigo de un formato de vivienda social que todavía le daba un espacio a las áreas verdes. Naturalmente, el presupuesto para su mantenimiento es bajo. Pero según El País, el administrador del jardín dice que lo trata con especial cuidado, pues es una de las pocas áreas verdes que hay en su colonia (y no hay jardín que crezca de la negligencia).

El jardín

En los planos originales, el jardín central lo define una L de cemento pulido, ahora recubierta por azulejos. A partir de esta “L” el espacio se divide en una suerte de pasillos apropiados para juegos de niños o para sembrar árboles. Originalmente, allí habría:

“Sauces llorones, alisos y fresnos, combinados con arbustos de ligustro (dan una florecita blanca) que cubriría los troncos de los árboles. Arbustos adicionales como pyracanthas y pimientos peruanos se usarían extensivamente en las áreas bajas del jardín, mientras que el jazmín y la hiedra crecerían en las paredes, junto con rosas en tonos suaves de melocotón y blanco.”

Las cosas no siguieron acorde al plan. Ahora hay naranjos y duraznos, un par de árboles muy altos y una combinación de flora medio tropical, cuya espesura de sombras forman un segundo paisaje en las paredes de ladrillo naranja. Desde el centro se alcanzan a ver las jacarandas y palmeras de afuera. Aunque muy poco de esto estuvo en el plan del arquitecto, tiene una resistencia especial: se nota en el cuidado que le procuran.

Cuando nosotros nos asomamos, una vecina salió algo desconcertada, pues en la medida en que se esparce la noticia, la inevitable “peregrinación” comienza. Pero así son las cosas y así los descubrimientos. Las secuelas de cargar con nombre y apellido.