La Ciudad de México y el agua sostienen una relación prácticamente indisoluble que retrocede al florecimiento lacustre de la época prehispánica. Y aunque desafortunadamente muchos de los caudales que entonces nos enriquecían ya no existen; lo cierto es que ese vínculo abstracto y primitivo aún fluye con fortaleza a través de las entrañas de la tierra. Prueba de ello es el Cárcamo de Dolores, la majestuosa obra hidráulica de mediados del siglo pasado, en donde el mito de Tláloc y el origen de la vida convergen con la arquitectura pública y la ingeniería civil.
En 1950, Diego Rivera fue invitado a trabajar en el Cárcamo de Dolores, una obra de integración plástica y funcional, capaz de incorporar el pensamiento técnico, científico y artístico en un mismo lugar. Rivera tenía la intención de demostrar que la colaboración entre pintores, escultores, arquitectos e ingenieros no sólo procuraría el bienestar social mediante el abastecimiento de agua; sino que también despertaría un renovado interés por la belleza y el conocimiento. De esta manera, el proyecto contempló una monumental fuente dedicada al dios Tláloc, además de un edificio funcionalista que en su interior resguarda el mural ‘El agua, origen de la vida en la Tierra’, que, en palabras del propio Diego, fue el encargo más fascinante de su carrera pictórica.
Para la década de los cuarenta, la Ciudad de México ya había desecado la mayoría de sus lagos y entubado los ríos que alimentaban la antigua cuenca. Fue por ello que se concibió el Sistema Lerma, un complejo método hidráulico que conduce las aguas del Río Lerma en Toluca hacia la CDMX. Tomó ocho años redirigir el cauce natural de la corriente a la capital, por lo que se planeó un recibimiento sin pares encabezado por el arquitecto Ricardo Rivas, el ingeniero Eduardo Molina y el artista Diego Rivera. No obstante, debido al agotamiento de los recursos del Lerma, en 1976 se tuvo que recurrir a una nueva cuenca, la del Río Cutzamala; resultando así el Sistema Lerma-Cutzamala que hoy día abastece a un 30% de la ciudad.
Hasta 1992, el flujo de este intrincado sistema llegaba al Cárcamo a través de un túnel, que a su vez desembocaba en un tanque con cuatro compuertas de almacenamiento –de 50 millones de litros cada una-. Fue aquí en donde Rivera plasmó el mural ‘El agua, origen de la vida en la Tierra’ que, originalmente, fue concebida como una obra subacuática para “dar movimiento a las formas”. Sin embargo, las emulsiones con las que se pintó el mural no resistieron la convivencia con el agua, por lo que el cauce tuvo que ser reconducido fuera del edificio.
“Una chispa de electricidad que anima los minerales en suspensión y se forma la primera célula viva; ésta se divide, se subdivide y siempre reproduciéndose así, forma colonias, micro-orgánicas primero y después, de más en más complicadas, poco a poco se integran al reino vegetal y animal hasta culminar en el vertebrado humano” –Diego Rivera.
La narrativa social del mural inicia en las paredes superiores y confronta, divididos por los arquetipos humanos: las razas; el hombre y la mujer; las clases sociales; la ciudad y el campo; el agua como fuente de vida y riqueza, pero también de gozo y belleza. Destacan motivos del orgullo obrero por el bien común; el uso recreativo del agua con un retrato de Ruth Rivera, hija de Diego, nadando; edificios de la corriente internacional siendo reconocible el Hotel Reforma de Mario Pani; y los propios Ricardo Rivas y Eduardo Molina sobre las compuertas, en homenaje a los ingenieros que participaron en la construcción del Sistema Lerma.
Pese a los trabajos de rehabilitación, en los que se recuperó gran parte del suelo del tanque; el acceso al Cárcamo se restringió durante una década entera. No fue sino hasta el 2002 que consiguió abrir de nuevo al público y en 2010 recibió una restauración integral con una inversión de $20 millones de pesos. Parte de esta recuperación incluyó la Cámara Lambdoma, una instalación sonora del artista Ariel Guzik, que traduce el ruido blanco del flujo del agua, así como las señales meteorológicas, en una canción infinita e irrepetible que trata de evocar de nueva cuenta la presencia del agua en el recinto.
El Cárcamo de Dolores está ubicado en la Segunda Sección del Bosque de Chapultepec, y el mural ‘El agua, origen de la vida en la Tierra’ abierto al público de martes a domingo con un costo de admisión general de $30 pesos y $15 para estudiantes y maestros.