Tras las lluvias, el otoño arrancará con clima de verano: con lluvias. Tendremos un verano en otoño como tuvimos un otoño en verano, y gozaremos de ese leve romance que existe entre los hombres y la imprecisión.

De la mano de Abraham Bonilla (de nuestra sección de #IlustradoresLocales) ilustramos el transcurrir de un día como estos en la Zona Centro de la capital:

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Uno despierta con frío, mira un cielo gris que por ningún lado se abre y piensa en cubrirse. Pero el suéter es más en función del estado de ánimo que del clima –sabemos que no podemos dar nada por sentado pero necesitamos cobertura. Protección. Uno quiere un café o una bebida caliente, aunque unas horas después morirá de sed por algo frío. Así, sale de la casa casi siempre cubierto de más aunque luego tendrá que llevar el abrigo a cuestas.

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La capital es gris. Pero algo ocurre con ese color gris del ambiente y la ciudad de México –Sólo el gris tiene esa capacidad: puede sugerir cualquier tono pero nunca dejar de ser sí mismo, una mezcla de negro y blanco que engulle la gama newtoniana como un enorme barco fantasma.

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A eso de las 11 comienza el sol y el cielo aclara. Vemos un poco de azul y, con suerte, si ha estado lloviendo mucho, ese gris aplastado contra la ciudad se disipa y hay transparencia en el aire. A las 12 ya comienza un calor que se expande dependiendo de dónde esté uno parado. Si pasa por una construcción –y casi seguro lo hará–, el calor del concreto roto le generará un malestar parecido al que le genera la “demasiada realidad” de lo ordinario. En Insurgentes también hay demasiada realidad. Uno podría jurar que la temperatura sube al menos un par de grados y no hay dónde meterse para escapar.

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Aquí, que nadie lo dude, el calor viene del sol. El aire no lo reconoce. Si uno encuentra una sombra y se refugia tendrá que volver a pensar en ese suéter de la mañana nublada. No existe tal cosa como una “temperatura ambiente” general. La ciudad es un crisol de microclimas que cambian por metro cuadrado. Y las nubes nunca son iguales, ni siquiera a sí mismas.

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Luego llueve. Por ahí de las 5 y 6 la precipitación pluvial se deja venir sobre todas las cosas como la única democracia que conocemos. Y la ciudad pierde el control. Quién sabe por qué –porque llueve diario y cada año– no estamos preparados para el agua. Ni nosotros ni la infraestructura. Entonces empiezan las inundaciones domésticas y las inundaciones en las vías públicas. La ciudad se multiplica en el reflejo de los charcos.

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En este umbral de verano y otoño en el que estamos parados tenemos también otro tipo de lluvia, la más cotizada por los capitalinos: la lluvia nocturna. Esa lluvia tranquilizadora que nos permite dormir bien… como quien oye llover.

La lluvia de la noche es sólo un sonido monótono, como de ruido blanco, que amortigua todos los demás ruidos y no atenta contra nada, contra nadie.

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