En el extenso mundo de nuestra botánica de banqueta, hay un lugar especial reservado para los hongos que crecen apenas llegan las primeras lluvias. Son pequeños, pero están allí, al pie de los árboles más frondosos o creciendo bajo la sombra que proporcionan las anchas hojas de la hierba veraniega. Este hongo de llama Coprinellus micaceus y es de los pocos hongos que crecen en medio de la ciudad.
Los distinguimos por sus campanas con puntas rojizas y porque crecen en grandes colonias con decenas de ejemplares. Brotan al pie de los árboles, especialmente los más viejos, y en los troncos muertos que quedan en los camellones. Su hábitat preferido es la madera enterrada y podrida, por eso su presencia puede ayudarnos a saber si un árbol está enfermo.
Este hongo es de las pocas especies que se adaptan a las condiciones del paisaje urbano. Normalmente, si uno quisiera encontrar hongos, tendría que ir a las regiones boscosas del Ajusco, Milpa Alta o, más cerquita, a las zonas más profundas del Bosque de Chapultepec. Pero en el caso del coprino micáceo, sólo hace falta un camellón con árboles y la humedad suficiente para que crezcan.
Por su aspecto, un poco parecido al de los san isidros (Psilocybe cubensis), hay quienes piensan que los coprino micáceos son venenosos o alucinógenos, pero de hecho son hongos comestibles que uno puede utilizar para darle sabor a las salsas o preparar omelettes. Eso sí hay que cocinarlo a una temperatura razonable, porque su tejido es muy frágil y se descompone con la cocción excesiva. Aun así, no recomendamos comer cualquier hongo que uno encuentre en la calle, pues no sabemos exactamente a qué factores contaminantes estuvieron expuestos.
El periodo de vida de estos hongos es de 5 a 7 días, después de ese tiempo comienzan a liberar esporas para reproducirse y luego inicia un proceso de autodigestión que lo convierte en una pasta negra bastante peculiar.
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