Cuando se habla de la historia de Tlalpan siempre se nombra (o debería nombrarse) a las tortas más antiguas de la alcaldía: El Monje Loco. Casi nada ha cambiado en 84 años desde que se establecieron a la sombra del mismo árbol que se está hoy sobre ellos. Estas tortas (frías) gigantes no escatiman ni en quesillo ni en ninguno de sus ingredientes, y el pan es invento especial de su creador.
La historia de El Monje Loco comienza en 1936 con Tomás Jiménez, abuelo de quienes se atienden ahora, tres generaciones después. Cuando Tomás era joven tenía un estanquillo (tiendas que vendían de todo) a las afueras de la Ciudad en San Lorenzo Huipulco que entre otras cosas vendía tortas frías. Una vez se disfrazó de monje para un carnaval del pueblo y sus amigos le empezaron a decir así, El Monje Loco, y luego la asociación con entre sus tortas y el apodo se quedó y le empezó a ir muy bien.
Las tortas de El Monje Loco (en telera de dos rayas)
Al principio el pan, comisionado especial por Don Tomás, era de Panificadora La Luna. Ahora lo produce uno de los panaderos que se lo hacía en la hoy desaparecida panificadora con las mismas especificaciones del abuelo: mucho migajón y en vez de tres rayas como telera solo dos para que no se rompan y aguanten la gran cantidad de ingredientes que tienen que soportar.
Empezaron con puros quesos y carnes frías pero con el tiempo han añadido pollo, lomo adobado y carnitas, que es una de las más pedidas. La torta de la casa lleva jamón, queso de puerco, queso amarillo y quesillo, además de lo que llevan todas: aguacate, cebolla, jitomate y jalapeño. El quesillo es el gran secreto de El Monje Loco, es buenísimo.
Vayan por su torta fría, barata, rica y legendaria.
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