Cuando buscas GAM en Google de inmediato te salen noticias sobre la delegación Gustavo A. Madero, pero de lo que quiero hablar es de la Sala GAM –Galería de Arte Mexicano. La fundó Inés Amor en 1935 para representar el trabajo de los grandes muralistas. ¿Lo qué no habrán visto y escuchado esos muros blancos? Entre otras cosas, el inicio del mercado del arte en este país.
Hace poco fui con una chica danesa y un artista iraní a la galería y todavía estaba la exposición de Francisco Toledo, una que tenía que ver con las palabras e ilustraciones a partir de textos en la revista Proceso. Pensé que si fuera rica compraría un Toledo y no por hacerme más rica, sino por tener algo de un visionario que fue escultor, diseñador, pintor, arquitecto, botánico, quizá hasta fotógrafo, preservador de archivos y promotor de la cultura con la sencillez de un papalote.
Ese día descubrí la Sala GAM, un espacio dedicado a la relación del arte contemporáneo de artistas jóvenes en sintonía con un pasado plástico memorable. Los curadores de la Sala GAM son Bartolomé Delmar y Juan Pérez Figueroa, y ahí ese día para mostrarnos Noche durante el día de Lucía Vidales curada a su vez por Paulina Ascencio.
Las pinturas y la cerámica de Lucía dialoguan con obra de mujeres artistas poderosas del siglo XX para revalorizar e insertarlas en narrativas más nuevas y potentes que le den todavía más vigencia de la que ya de por sí tienen, homenaje y memoria que haga notar que el tiempo lo es todo y a la vez nada.
Nunca antes había visto una pintura de Joy Laville tan bonita. Joy, inglesa nacionalizada mexicana fue la esposa de Jorge Ibargüengoitia, y algunas portadas que hacía a sus libros están allí en la sala GAM revoloteando con las obras de Lucía. La pintura de Laville muestra unos acantilados rosas, una figura humana y un tiburón azul que surca los mares… “Sálvese quien pueda”. ––Rafa, el director de la GAM, me dice sonriente: “ese no está a la venta”.
Antes de subir las escaleras de madera de esa casa preciosa en Rafael Rebollar hay una pinturita pequeña de la escritora, actriz y modelo Pita Amor. Se ve una mujer desnuda con unas flores. Dicen que Pita tenía una personalidad avasalladora y que le daba miedo la oscuridad.
Las piezas de Lucía Vidales son de una sutileza brutal. Espacios arquitectónicos que se derriten dando paso a partes del cuerpo que parecen de cera, pies y espaldas que danzan entre pinceladas plata y azules, muchas siluetas, muchos fantasmas, el título no puede ser mejor. Me hace pensar en vivir el día como si fuera la noche, en una paz agobiante y latente que suena quedito entre nebulosas; ríos de color pastel y cortinas que desorientan, callan y producen luz. Las piezas se acompañan de una cerámica loca, vasijas infantiles que parecen fáciles de conceptualizar pero en realidad son complejisimas, tienen ojos y bocas, bracitos, vida propia. Es increíble que todo esto conviva con obras de otras mujeres artistas como Olga Costa, Leonora Carrington, María Izquierdo y Cordelia Urueta, y parezca una sola voz tan poderosa y mística que debe y podrá escucharse hasta el 21 de septiembre en la San Miguel Chapultepec.
[snippet id=”64341″]