Macolen es un proyecto que con poco hace mucho. Es una imprenta risográfica: esa máquina que parece copiadora pero no lo es, y sus productos parecen –de cierta forma– serigrafías, pero tampoco lo son. En ese caso, La riso es un engendro de ambas, la fotocopiadora y la serigrafía. Nada muy sofisticado, muy económico y siempre ignorado por la industria más creativa. Esta máquina se inventó en los 80 pero desde hace apenas unos 4 o 5 años apareció en el imaginario colectivo de los apasionados de las publicaciones. En realidad en México no es ninguna novedad; el IMSS lo hizo primero: la institución tiene 1500 impresoras risográficas con las que imprimen todas sus circulares.
Esta técnica de impresión no tiene gran ciencia y Macolen tampoco; precisamente ese es su encanto. Manuel Bueno abrió este pequeño (anti)negocio para poder dejar de hacer branding y otras cosas que hacía como diseñador gráfico, y más bien probar con la ilustración y la imprenta, que le inquietaban mucho más; para pasarla bien y a eso llamarle trabajo. Para nuestra fortuna, Macolen hace su trabajo excepcionalmente bien.
Macolen se desdobla en dos. Por un lado da un servicio: es una imprenta comercial donde uno puede mandar a imprimir, por ejemplo, tarjetas de presentación, flyers o invitaciones. Por el otro lado es una tienda, una miscelánea de ilustración, con dibujos variados, dispuestos en anaqueles y a la venta, de artistas de todo el mundo. Todas ellas impresas en riso. Para tener a la venta estas piezas, el equipo de Macolen todo el tiempo está en búsqueda de gente con quien colaborar. El trato es que Macolen imprime y se queda con una parte de la producción que venden en su tienda a precios fijos y los artistas se llevan la otra mitad y hacen con ello lo que quieran.
Ahora es un gran momento para darse una vuelta por el local, pues el entusiasmo de año nuevo resultó en una sobreproducción, y por ahora sus anaqueles están repletos de ilustraciones, libritos o fanzines que venden, según su tamaño, a $350 o $700 pesos.
Por ahí encuentras impresiones de ilustradores de todo el mundo, de anónimos o conocidos, como Alberto Pazzi (@ppaazzzzii), Martí Guerrero (@timcomix), Ari (@aricollage). O, por ejemplo, zines que hicieron con la merma de sus trabajos comerciales, como Huracanes, de Liz Mevill, que son una maravilla.
Que no te parezca raro si los visitas y sus cortinas metálicas están cerradas con post-its de que salieron a comer, que vuelven pronto. Esto es quizás parte de su idiosincracia: una que incluye viernes de baile, proyectos entre amigos, pero sobre todo hacer las cosas muy bien sin la prisa –muchas veces artificial– que muchas veces ahoga la ciudad.
En Macolen todo comenzó con la risografía. Después de 2 años esta sigue siendo su herramienta, pero para Manuel eso no significa mucho. “No estamos casados con ella”, dice. En caso de que se aburran y quieran experimentar con algo más, simplemente cambiarán de herramienta, o de quehacer. El chiste es crear y la riso es una excusa para hacerlo.
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