María Portilla conoció el modelo de street papers en Inglaterra y supo que habría que replicarlo en la Ciudad de México. Cuando volvió de su residencia en el extranjero, se juntó con Paula García y dos mujeres más que también se preocupaban por el movimiento social urbano. Convencidas de que un proyecto como estos era necesario en el paisaje de esta ciudad, comenzaron a trabajar para hacerlo posible. Para arrancar crearon una campaña en Kickstarter que tuvo excelente respuesta de la comunidad. Así nació Mi Valedor.
Mi Valedor es mucho más que una revista y es mucho más que un proyecto de reinserción social, su diferencia con otros programas del tipo es que no sólo ofrece a los vagabundos una fuente de dinero; les ofrece trabajar con una revista hermosa, interesante y bien editada acerca de la realidad cotidiana –insólita e irreverente– de la ciudad. Se edita, escribe, crea y arma con paciencia y dedicación por sus fundadoras María Portilla y Paula García, por sus co-fundadoras y colaboradores –emergentes o consolidados–, y lo mejor de todo, por los valedores mismos.
Cuando uno de ellos recorre las calles vendiendo, lleva en sus manos un producto del que está (o puede estar) orgulloso, que incluso contiene, revela y comparte una parte de sí mismo. De su propia mirada hacia la ciudad que le pertenece.
El manifiesto es claro, preciso como pocos, dice:
Somos un tejido vivo, bajo el concepto de ciudad. Creemos en la inclusión. Creemos en el trabajo colectivo. No seguimos el modelo asistencialista. Creemos en una solución a largo plazo que trabaje el problema desde la raíz. Somos una herramienta de sobrevivencia; para ellos y para nosotras mismas.
Nos asombran las pequeñas cosas. Detestamos esos ángulos estúpidos que nos dividen. No es cuestión de levantar al otro, es cuestión de levantarnos juntos. Comprendemos que ayudar es ayudar-nos.
La Ciudad se encharca, y no queremos hundirnos entre tanta vida que demanda reconocimiento y sentido, ser escuchada y tocada. Ya no queremos encontrar culpables, queremos solucionarnos. Somos el problema y la solución.
Todos los martes los valedores toman talleres de escritura, fotografía, arte o finanzas que, además de abrirles un espacio para la creación y el “desahogo”, fortalecen su memoria y lenguaje. Para alguien como ellos, que han sido desplazados del juego de miradas, del lenguaje común, estos talleres y la dinámica de salir a vender a las calles es una forma de re-poseer su dignidad: “Más que el dinero, lo que nos gusta de vender la revista es que nos vean, escuchen y poder platicar con la gente” nos dijo Isaías.
El último número que salió el 30 de agosto se llama Correteando la Chuleta y es la primera edición creada y producida completamente por los valedores, cuyo contenido las editoras escogen por su buena calidad. No hay lugar para la condescendencia.
Los valedores recorren distintas partes de la delegación Cuauhtémoc vendiendo las revistas. Los planes a futuro son expandirse a más partes de la ciudad y reclutar a más personas en esta situación para que se genere un cambio real. Isaías vende sus revistas en Paseo de la Reforma, desde el Ángel hasta la Glorieta de Colón. Generalmente sus revistas vuelan en un par de horas y de ahí se va a comer un taco y luego a dormir al albergue, donde aún vive.
Los periódicos callejeros como Mi Valedor tienen un funcionamiento simple: el vendedor adquiere la revista al precio mínimo ($5 pesos) y la vende al precio de portada ($20 pesos), quedándose con el 70% de la ganancia. Con esto adquiere más copias, aumenta sus ventas y sigue generando una interacción cotidiana entre el vendedor y el consumidor.
Hoy son alrededor de 20 valedores (activos) los que van a los talleres y trabajan en las calles gracias a este programa. Es un grupo de 20 compañeros con historias distintas y suelos inciertos, pero con una cosa en común: la certeza de que encuentran en Mi Valedor una “casa” para habitar.
Un mínimo acto de voluntad los vuelve invisibles. No queremos verlos porque son un espejo del destierro y porque su destino es uno que está latente en todos. Pero siempre están allí, contundentes como el hambre y la falta de casa. A los vagabundos les pertenece la ciudad entera.
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