Para aquellos que no la conocían, su nombre es Aphonopelma anitahoffmannae, pero Tarántula del Pedregal para los amigos. Si no la vemos mucho es porque se esconde bajo las rocas volcánicas, entre la hojarasca y los rincones mínimos, pues aunque resulte difícil de creer, esta especie –que ha sido protagonista del terror en nuestro imaginario por tanto tiempo– es sumamente tímida.
Endémica del Pedregal de San Ángel y de ningún otro lugar del mundo, la anitahoffmannae es la emperatriz de un paisaje que históricamente ha sido de lo más inhóspito y cruel. De hecho, antes de ser el gran desarrollo urbano que es hoy, los aztecas mandaban allí a sus enemigos a morir entre culebras y arácnidos. Y piedras.
Si tienes la suerte –o el susto– de encontrarte a una de estas, puedes diferenciar a la hembra porque tiene mucho más pelo que el macho y sus patas son más gordas. La mejor temporada de avistamiento de Tarántula del Pedregal es el verano, ya que los machos salen sus cuevas en las rocas para buscar aparearse.
Cada animal se parece a su dueño, a su hábitat y a su tiempo. Y –por qué no decirlo– a su colonia. La Tarántula del Pedregal es un diminuto nahual de su entorno. Una piedra que vive.