Callejas estrechas e inclinadas se bifurcan y quiebran y al seguir avanzando ya son dos distintas; sin embargo, adelante, a causa de un abrupto giro en subida, vuelven a ser una misma para luego volverse a bifurcar y quebrar y seguir avanzando hacia destinos tan complicados, absurdos e inciertos que bien podrían ser los paisajes de un sueño. Así son las calles de San Pablo Tepetlapa, pueblo encerrado entre el Museo Anahuacalli y la desembocadura de División del Norte en Calzada de Tlalpan. Un pueblo que produce a los niños futbolistas más raros de la Ciudad de México.
Sucede a las seis de la tarde. Los niños piden permiso para salir a jugar y la anuencia materna arrastra una restricción: “está bien, pero prohibido salir del pueblo”. Y esa condena de tener que jugar en un pueblo de intricadas vías ilegibles ha derivado, a través de las últimas dos generaciones sanpablotepetlapeñas (1958-2018), en la invención de un insólito futbol marginal.
La calle Ilhuicamina, al este del pueblo, es un trazo recto que tras medio kilómetro se rompe en dos callejones cerrados de 30 metros. Al fondo de esos dos callejones se marcan las porterías con sudaderas (90 centímetros de apertura, como dicta la tradición de las coladeras). Y en esta cancha con forma de compás, el futbol absorbe la naturaleza de esas calles y se vuelve confuso y onírico, imaginativo e irracional.
La cancha se divide en tres partes: Callejón Sur, Callejón Norte y Glorieta. La Glorieta es un espacio circular (el único del campo en el que es posible ver las dos porterías) de cuatro metros de radio situado en donde los callejones se bifurcan. Ahí ocurren los pasajes propiamente futboleros: Un equipo no puede tener más de dos jugadores al mismo tiempo en la Glorieta y si esos dos jugadores logran hilar entre ellos siete pases seguidos de un toque (a la manera del torito) consiguen un penal a favor; el penal consiste en tirar a balón parado desde la mitad del callejón hacia la portería sin ningún obstáculo en frente.
El equipo que recibe gol en contra saca desde la Glorieta y ahí debe intentar hilar entre sus dos jugadores siete pases seguidos de un toque para conseguir un penal. Aunque existe la posibilidad de desdeñar la ilación de pases y retar a un Duelo. El Duelo es entre dos y consiste en un delantero y un defensa enfrentándose en alguno de los callejones. Los callejones son tan estrechos que resulta imposible ir hacia los lados.Superar a un rival es reto de tres posibilidades: usar la pared izquierda, usar la pared derecha o pasar el balón entre las piernas del contrario. El riesgo es latente: basta una carga para estampar al delantero contra la pared; por eso, cuando dos jugadores se encuentran en Duelo, cualquier contacto, por mínimo e inocente que sea, es penalizado con una expulsión de cuatro minutos. De tal manera, si el balón lo rebasa, el defensa tiene la obligación reglamentaria de permitirle el paso a su rival y rezar porque su autopase haya sido demasiado fuerte y no alcance el balón, pues si éste entra a la portería tras haber tocado una pared, el gol no cuenta.
Si hay otro equipo retando, el partido cambia su extensión: pierde la rigidez de un tiempo único de 20 minutos para adquirir un sesgo indeterminado: gana el primer equipo en conseguir tres anotaciones. A veces los partidos se deben suspender temporalmente por un extraviado coche extranjero o por la intrusión de algún perro callejero. Las cascaritas terminan junto con la luz del día. Entre las siete y las ocho, los niños futbolistas de San Pablo Tepetlapa regresan a sus casas.
De noche, las mal iluminadas calles del pueblo adquieren un aspecto siniestro. Se acentúa la sensación de laberinto. La idea de perderse, que durante el día parecía una aventura gozosa, de pronto se vuelve impensable. El miedo está ahí; es una presencia inminente. Un miedo profundo e incierto que no incluye personas; al menos no directamente. Es un miedo que proviene de esas calles cuya misteriosa y aguda caligrafía desconcierta hasta provocar la sensación de angustia.
Todas las noches, de 7 a 13 hombres, siempre los mismos, salen de sus casas y avanzan por las desconcertantes calles sombrías hasta el Callejón Sur de Ilhuicamina y ahí beben, sobre todo cerveza, sentados en la banqueta hasta la madrugada. A veces entonan canciones amargas de Chavela Vargas con tambaleantes voces afónicas. Entonces algún grito anónimo los manda callar desde una ventana.
Es frecuente que a la tarde siguiente los niños futbolistas de San Pablo Tepetlapa descubran una caguama vacía tirada a la mitad de su cancha.