Casi todos los días, alrededor de las ocho de la mañana y recargado en la misma pared, un muchacho joven lee libros de alquimia. Viste siempre de negro y se para de la misma manera. Solo cada cierto tiempo levanta la mirada para ver a la gente pasar. El muchacho se para cercano a la esquina de Carpio y Torres Bodet, a media cuadra del Museo de Geología. Es esa hora de la mañana en que las calles comienzan a vibrar con el movimiento de quienes han salido de sus trincheras. La hora en que sucede todo, gustos y disgustos, encuentros planeados o fortuitos: el vecino que barre la banqueta, las caminatas matutinas de unos, el trayecto de otros, los locales comerciales que se preparan para abrir, o los que hacen ya, desde temprano, sus compras.
El Museo de Geología es un emblema de la colonia. El museo conserva todo tipo de fósiles en vitrinas porfirianas: estalactitas, piedras preciosas, minerales, meteoritos, pedazos de hueso de animales antiguos, grandiosos. El museo mismo es un fósil: este edificio de 1904 resiste al paso del tiempo y el gusto de la burocracia por modificar recintos así. En su vestíbulo se despliegan dos gigantes esqueletos: unas escalinata ondulada y grandiosa, forjada en hierro y mármol, y un mamut reconstruido con piezas de 11 ejemplares distintos. El museo de Geología es un palacio de la reconstrucción. El mismo intento que hace uno para reconstruir su propio pasado o quizás la imagen de una colonia que no lo vio nacer.
En sus calles se extienden filas de casas, una tras otra, de principios a mediados del siglo veinte. Son de frentes impenetrables; fachadas bien conservadas que esconden todo lo que ya conocemos: llantos de niños encerrados, gritos mudos, padres arrepentidos, futbolistas frustrados. O cotidianidades preciosas: infelices que todas las mañanas renuevan sus votos con la vida mundana, y entonces se levantan ligeros, como el papel del periódico que aún acostumbran comprar en los puestos alrededor del parque. En los frentes y patios de las casas abundan grietas de las que crece todo tipo de flora. Hierbas pujantes que resisten a las fuerzas urbanas. Como, de cierta forma, resiste este barrio.
Las calles de la Santa María han sido nombradas por árboles que nos preceden y personalidades históricas que allí vivieron. Que han quedado fosilizados. Mientras que esta colonia vive por los gestos más cotidianos.
.
.
.