Subir escaleras siempre es más difícil que bajarlas, lo sabemos y estamos listos para enfrentarlas. Basta con salir del Metro de la Ciudad de México después de una jornada larga y encontrarse con unas escaleras eléctricas descompuestas, mirar hacia arriba, definir la técnica, tomar aire y empezar a subir. Durante ese eterno trayecto hay que lidiar con factores adicionales: los que intentan llegar antes, los más lentos, los que cargan mucho y las escaleras mismas.

escaleras

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Las escaleras de la Línea 7 del Metro representan un reto particular para cualquier usuario, es la línea más profunda, la mayor parte de sus estaciones se encuentran a más o menos 35 metros de profundidad. Hay que atravesar tres bloques de escaleras para entrar o salir de ahí, en San Pedro de los Pinos hay 153 escalones desde la entrada hasta el andén. Ese largo camino, con sus pausas, nos hace tomar conciencia de la altura de cada escalón, de la inclinación del suelo y demás sutilezas.

El sentido de repetición en el acto de subir (o bajar) potencia las diferencias y los detalles de cada peldaño: una irregularidad, una escalera desgastada, un antiderrapante despegado (o uno existente), una cuarteadura o una rotura pueden ser fatales durante esta travesía. Son estas pequeñas, a veces imperceptibles diferencias, las que revelan los pasos de otros por ese mismo lugar.

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Esas huellas nos recuerdan la ciudad en la que vivimos y nos dejan pensar en otros a que estuvieron bajo tierra, subiendo en un día caluroso o bajando para resguardarse de la lluvia.

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En el 2014 el Sistema Colectivo Metro lanzó unas cifras que señalan que, de enero a diciembre, sólo por la estación Barranca del Muerto de la Línea 7 pasaron 14,023,384 personas. Millones de pasos que van dejando una pequeña huella que con los días y las fricciones se vuelven vestigios de la prisa, las multitudes, el caos y  la carrera por alcanzar el próximo vagón.