La primera vez que Asuka Higashida visitó México fue en 1999. No conocía mucho del país, pero vino con una beca académica para poner en práctica su español y tomar clases sobre su carrera, Relaciones Exteriores, en la UNAM. Esto último no se cumplió: ese año la recibió una de las huelgas más largas y emblemáticas de la historia de la universidad que, entre otras cosas, exigía el freno al alza de cuotas. Aún así se quedó un año. Su rumbo, en aquella ocasión, fue el sur.
La segunda vez fue hace tres años y medio, cuando se mudó a la ciudad con sus dos hijas, de siete y 10 años. La noticia de la mudanza no la sorprendió, pues en los últimos años —por el trabajo de su esposo— su vida se ha desenvuelto en varias geografías; antes vivieron en España y Singapur. “Cuando me dijo de México, le contesté: ‘Vamos’. Ya conocía, tenía conocimiento del idioma”, recuerda en un español fluido, casi perfecto. Esta vez, su rumbo es el poniente.
Tsubomi
Asuka nos citó en un pequeño local de panadería japonesa en la Roma. A un año de apertura, Tsubomi es una pequeña perla escondida en el trajín diario citadino que, una vez que lo encuentras, no quieres dejar pasar. Repisas con canastas de pan de todas formas y tamaños, un par de mesas, un mostrador de vidrio con muestras de pasteles y galletas, ejemplares de revistas japonesas y una barra de café componen prácticamente todo el local. Asuka nos cuenta que lo conoció porque las propietarias —sus amigas, también japonesas— antes fueron dueñas de la panadería Bimmy, en Polanco (hoy cerrada), a la que ella solía ir.
El menú de Tsubomi es una combinación entre panadería japonesa y lonchería, con oferta de sándwiches y baguettes. En japonés, Asuka ordena lo que vamos a desayunar. El té de matcha es obligado, lo mismo que el meronpan (un pan muy parecido a una concha), también de matcha. Pide también una baguette de curry. Y otra de pollo. Apenas probamos el matcha, nos reconforta su sabor a abrazo, a primera infancia: entre dulce y cálido. Quizá así sepa Japón.
Pelo lacio, espalda recta, todo en Asuka es delicado. Sus movimientos, sus facciones, su manera de tomar el té y de comer sin prisa. Entre sorbo y sorbo de té, Asuka recuerda su vida antes de casarse: cuando en Japón trabajaba en un banco de financiamiento a empresas extranjeras, “donde había mucha presión” todo el tiempo. Recuerda, también, el pescado crudo fresco, “porque allá todos los supermercados tienen una esquina donde lo venden” y que aquí le cuesta más trabajo conseguir. O cuando, ya como mamá, llevaba a sus hijas en bicicleta eléctrica —“una delante y otra detrás”— a la escuela. Extraña pasear en bici sin coches que cierren el paso o sin calles que, en tramos, son más arrugas que calles, un peligro para todo el que las transita.
Pero sobre todo ve las diferencias en sus hijas, quienes están viviendo una infancia muy distinta a la de ella. No sólo el idioma, sino la seguridad. En Japón, los niños pueden ir solos a la escuela o a casa de un amigo. Aquí es más complicado. También es diferente la dinámica en la escuela: mientras en Japón reinan la disciplina y el silencio durante las clases, aquí los niños gritan, corren y trabajan en mesas circulares —al menos en el colegio al que van sus hijas—. A la más grande, nos cuenta, le costó más trabajo adaptarse: “Los niños son muy ruidosos”, le confesó una vez a Asuka. A la más pequeña, por el contrario, le fue más fácil: ahora ella es una de esos niños “ruidosos”. “Me mandan notas de que habla mucho y tiene que aprender autocontrol”, dice riendo.
Aquí en México está inscrita en Club Travesías, un programa que organiza recorridos exclusivos para conocer la ciudad. También ha viajado mucho al interior de la República con su familia. Casi siempre va lejos (a las playas); casi nunca, sino es que nunca, a ciudades cercanas. No ha visitado, por ejemplo, Cuernavaca. Casi no come comida mexicana, pero cuando lo hace, le gusta la cochinita y los escamoles. Por lo general prepara comida japonesa en casa, donde los tutoriales y las recetas en internet son sus principales aliados. Cuando sale, le gusta ir a Izakaya Kura, un restaurante en la Roma que también es uno de nuestros favoritos.
Asuka sabe que regresará a Japón, aunque no precisamente cuándo. “Así es el trabajo de mi esposo: un tiempo aquí, otro tiempo allá”.
¿Qué suelen desayunar en Japón?
En Japón la comida es más ligera. Comemos rápido y cenamos fuerte. Para el lunch, los jóvenes comen unos panes y ya. Los desayunos japoneses, por lo general, consisten en verdura cocida, arroz, pescado, sopa de miso y a veces huevo, como omelette japonés, delgadito.
¿Hay algún restaurante mexicano que te guste?
[Lo piensa un buen rato.] No voy a comer fuera mucho. A mi esposo le gusta El Bajío. Personalmente no tengo uno favorito, pero me gustan los restaurantes de mariscos La Trainera y Entremar.
¿Qué parte de la ciudad es tu favorita?
Me gusta el centro por el Zócalo. Sólo que cada vez que voy para allá tengo que estar muy atenta. Siempre hay gente, pero también muchos museos.
¿Qué es lo que no te gusta de la Ciudad de México?
El tráfico. De la escuela de mis hijas a la casa es una caminata de media hora y, cuando no hay tráfico, 10 minutos en coche. Hay veces que en coche tardamos más de media hora.
El menú sugerido por Asuka en Tsubomi
Matcha latte.
Danesa de canela.
Choux de matcha (meronpan de matcha).
TS30 Sándwich de curry, huevo estrellado y cebolla morada.
TS80 Sándwich de pechuga de pollo, zanahoria rallada, cebolla morada, lechuga, jitomatey aderezo.
Costo por persona
148.50 pesos, en promedio.
TIP DE EXPERTO
Si buscas un regalo o una sorpresa, nada mejor que un pastel japonés. Tsubomi también hace pasteles a pedido, y puedes elegir la decoración. Asuka pidió uno para el cumpleaños 10 de su hija Akari chan.
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Comedor Internacional es una columna sobre personas de todo el mundo que vinieron a vivir a la Ciudad de México y sobre los sabores que más extrañan de su país. Es también un punto de encuentro entre la gastronomía global y los restaurantes que la preparan en su versión más auténtica.
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