Goguinara está justo en medio de la actividad incansable de la calle Génova y, por lo mismo, es fácil pasarlo por alto. Pero basta asomarse un poco para que su estética brillante absorba a quien camina por ahí: mesas y mesas, casi todas ocupadas, se extienden hacia el fondo, en espacios de distintas atmósferas, entre vitrinas neón llenas de pasteles miniatura y tartas de frutas. En el último salón —más frío que el resto y con mesas equipadas con parrillas para preparar el famoso barbecue— se reúnen, sobre todo, los ciudadanos coreanos que viven y trabajan en la Zona Rosa —o, como se le conoce últimamente, Pequeño Seúl.
En la última mesa del salón del fondo nos encontramos con Juhyeon Kim (mejor conocida como Yoli) y Yu-Hwan Kim (quien se presenta como Saúl). Revisan la enorme carta y, en coreano, platican sobre lo que comeremos. La mesa se empieza a llenar hasta el borde de platos de todos tamaños: guarniciones, arroz, sopa, bibimbap, agua de sandía y, al centro de todo ello, la carne, lista para asar: costilla marinada en salsa de soya y costilla natural, 500 gramos de cada una (pesan la carne frente a nosotros, para que nos aseguremos de que, como en gasolinería, la máquina está en ceros). Yoli y Saúl toman la carne con pinzas, la ponen sobre la parrilla, la cortan con tijeras, ajustan la entrada de aire.
Tenemos suerte en venir con ellos y que nos enseñen cómo se hace, pero lo cierto es que Goguinara es un local amigable, ideal para quien quiera acercarse al mundo de la parrilla coreana por primera vez. Comemos un poco (mucho, la verdad) de todo, combinamos sabores, aprendemos a hacer taquitos de lechuga. Es fácil platicar cuando todo está al centro y todo es compartido.
Yoli y Saúl nos cuentan que trabajan juntos en una empresa de accesorios para celulares de marca coreana (tienen un local en la Plaza de la Tecnología y otro en Plaza Centrocel Teresa, antes Cine Teresa) y, por otro lado, en la importación de productos Haruharu, para el cuidado de la piel, que venden en expos y en línea.
Saúl vive en México desde hace 12 años. Estudió Administración de Empresas en su natal Seúl e inglés en Filipinas. Pensó en estudiar portugués en Brasil para complementar su perfil, pero terminó estudiando español en México porque había más información disponible (aunque al principio, confiesa, pensó que todos andábamos a caballo). Eso fue en 2008 y, fuera de una breve temporada de regreso en Corea y otra en Querétaro, se estableció definitivamente en nuestra ciudad. Aquí conoció a su esposa. Aquí están creciendo sus hijos. Aquí recibe a sus padres de visita y los lleva a las pirámides de Teotihuacan. Aquí pasa sus fines de semana, entre Polanquito, Parque Lincoln y las lanchas del Bosque de Chapultepec (o visita algún Pueblo Mágico de los alrededores de la ciudad). No tiene intención, por el momento, de regresar a Seúl, aunque piensa que, por cuestión de infraestructura urbana, quizá vuelva cuando sea mayor. Es algo simple pero básico: banquetas completas para caminar, buenos pasos peatonales que permitan cruzar la calle con seguridad.
Yoli, originaria de la ciudad industrial de Ulsan, cursó Estudios Latinoamericanos. Llegó a México hace ocho años para aprender español (en opinión de su mamá, un buen idioma para los negocios) y se quedó. Vivió primero en la colonia Del Valle, que a la fecha es su barrio favorito, y después en la zona centro, con su roomie, también coreana, y un perrito que se llama Pubu (abreviatura de Pumabús), al que saca a pasear a diferentes parques cada tarde. Aunque trabaja de tiempo completo con Saúl, a veces da clases particulares de coreano o suple a profesores ausentes. El resto del tiempo lo pasa haciendo lo que más le gusta: descubrir restaurantes (su favorito últimamente es Loose Blues, en la Juárez) y ver kdramas de hospitales, abogados y fantasmas (nos recomienda Goblin).
Nuestra mesa se llena de postres mientras hablamos de kdramas, de k-pop, del éxito de Parasite, así como de nuestra rutina personal de skincare —que aparentemente es insuficiente si no incluye cleanser, tónico, serum, esencia, aceite, crema y bloqueador—. Tenemos, frente a nosotros, un gigantesco bingsu de fresa con leche condensada, una tarta de uvas, un pastel de té verde, sutil y delicioso.
Ni Yoli ni Saúl extrañan los sabores coreanos. Restaurantes como el Goguinara son lo suficientemente auténticos y económicos como para visitarlos en caso de nostalgia y sirven de punto de reunión para comidas familiares o con amigos. La abundancia de supermercados coreanos bien abastecidos les permite tener todo a la mano para cocinar en casa los fines de semana. Sí extrañan, de pronto, los mariscos frescos; también —y sobre todo— la velocidad de internet de Corea. También, claro, echan de menos a su familia, pero su trabajo les permite ir de visita cada año, y además reciben una llamada —ya de Seúl, ya de Ulsan— siempre que tiembla en México o cuando el Popo saca una fumarola. Acá, concuerdan, es más fácil hacer amigos, quizá porque la diversidad cultural es mayor. Eso sí, dice Saúl, en ambos países “les encanta bailar, les encanta la pachanga”.
¿Cuál es su comida mexicana favorita?
Saúl: Me gustan los churros de El Moro, pero hay mucha gente [en el original], normalmente no puedo comprar. Pero ya están dentro de El Palacio de Hierro y también sobre Mariano Escobedo y Presidente Masaryk. Me gustan muchas cosas. Mi favorito es el sope y las enchiladas de mole del Vips. Las gorditas potosinas son muy, muy buenas.
Yoli: A mí me gusta el pozole de Taxco. Al principio, cuando llegué a México empecé a estudiar en Taxco, y en ese momento no vendían el refresco Yoli en la Ciudad de México, solamente en el estado de Guerrero. Me enamoré del sabor del refresco Yoli. Dije: “Voy a ponerlo como mi nombre”.
¿Qué similitudes encuentran entre las dos culturas?
Saúl: Hay varios puntos. Los coreanos toman mucho, los mexicanos toman mucho. También se enojan mucho los dos. Pero son de paz. No les gustan tanto los problemas. Yo veo más parecidos a los mexicanos con los chinos, porque son tierras grandes y multiculturales.
¿Y diferencias?
Saúl: Los mexicanos no tienen problemas para hacer amigos fácil. En las fiestas, si tú estás invitada, vienes con tu amigo. Y tu amigo puede traer otra amiga, y la amiga puede traer a la amiga de la amiga. Y se juntan. Y entre ellos también se hacen amigos. En Corea no: cuando tú tienes una invitación, tienes que venir tú, no es con otra persona.
¿Hay algo que no les haya gustado de su experiencia acá?
Saúl: La única cosa es que nos dicen chinos. Caminamos y nos dicen “chino, chino”. No es porque me digan chino, no tengo problema, pero son generalizaciones. Me sentiría mal si me dijeran “coreano, coreano”. Se siente como racismo.
EL MENÚ SUGERIDO POR YOLI Y SAÚL EN GOGUINARA
Banchan (guarniciones como kimchi o papas dulces en soya, verduras encurtidas, ajos con aceite de ajonjolí, salsa de soya con chile…). No hay ni que pedirlo: lo sirven, junto con hojas de lechuga, al llegar.
Arroz.
Ensalada.
Bibimbap: plato de arroz con verduras, huevo estrellado y salsa picante (con o sin carne).
Doenjang jjigae: sopa de pasta de soya fermentada con verduras y tofu
Carne para asar: costilla natural (500 gramos) y costilla marinada en salsa de soya y especias coreanas (500 gramos).
Agua de sandía (que a los coreanos les encanta pedir en este lugar).
Tarta de uvas.
Pastel de té verde.
Bingsu de fresa: raspado con fruta natural y leche condensada.
COSTO POR PERSONA
296 pesos, en promedio.
TIP DE EXPERTO
El taco de lechuga perfecto lleva un poco de arroz, un pedacito de carne y cualquier guarnición. Se dobla para que quede, más que como un taco, como una bolsita de té, tamaño bocado.
[snippet id=”69541″]
Si quieres participar en Comedor Internacional (o conoces a alguien que quiera), escríbenos a comedorinternacional@travesiasmedia.com.
Más Comedor Internacional aquí.