Una gran ventana con cancelería dorada sobre una fachada de ladrillos contrasta con el azul de las letras que dan la bienvenida a la heladería Chiandoni. Son pocos los que en realidad miran la carta, la mayoría siempre pide lo mismo. Un hot fudge sundae (en lugar de crema chantilly puede llevar un extra de chocolate derretido), una bola cremosa de helado de plátano (probablemente el mejor de la ciudad, que sabe aún mejor junto a uno de cajeta), un naranja glacé, una malteada de vainilla (la favorita de muchos) o, cuando es temporada, un helado de mandarina, cremoso y fresco.
Chiandoni es uno de esos lugares que dan ganas de mantener ocultos y no recomendar por miedo de que cambie. La gente lo guarda como secreto familiar transmitido de generación en generación, y a pesar de tantas precauciones, la emblemática heladería italiana, por lo general, está llena.
Abierta el 1 de enero de 1957, hoy a Chiandoni le queda poco de italiana: la presencia de su fundador, Pietro Chiandoni, está inmortalizada en los recortes de periódico de sus épocas de boxeador; los pequeños azulejos que conforman el mural de la torre de Pisa en una de sus paredes se han ido cayendo con el paso de los años y su nombre ya está más cerca de la versión mexicanizada, “ch”: (t)Chiandoni. Lo que le queda de italiano entonces —además de estar ubicado en la colonia Nápoles— es lo importante: sus recetas.
La historia de estos helados comienza en 1939 cuando Pietro abrió el primer local en la colonia Roma, que atendía cuando no estaba arriba del ring de la Arena México; heladero de día, boxeador de noche. Desde ahí la receta fue perfeccionándose hasta lo que es hoy, una combinación secreta de varios lácteos, mezclados únicamente con fruta natural en un proceso casi completamente artesanal; receta misteriosa que hace la textura de estos helados como ninguna otra.
Para gran parte de su fiel clientela el recorrido a la Nápoles es largo, por lo que ahora hay tres sucursales más (Centro Comercial Santa Fé, Perisur e Insurgentes sur), pero la idea de comer un helado de éstos en una copa moderna sin la sensación nostálgica del metal frío de las originales o no ver la pintura de Venecia gastada por el sol, es como pensar en tomar un Boing en una botella de plástico en lugar de una de vidrio: no es lo mismo.
En Chiandoni existen muchos arraigos: así como las recetas siguen idénticas, la decoración, las vajillas, los muebles y los menús son también los mismos. Incluso algunas meseras han trabajado ahí por más de 20 años, y saben exactamente lo que los clientes frecuentes piden. Ahí las cosas no cambian por una sola razón, porque funcionan, así como están desde hace 80 años.
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