De la primera vez que probé comida árabe tengo un vago recuerdo: me habían invitado en una cita a un restaurante en el Centro Histórico con la promesa de que sería un festín. Nos sentamos en una mesa redonda, con un mantel que relucía de blanco. Ni siquiera me habían traído el menú cuando mi acompañante ya había pedido un montón de platos al centro: tabule, keppe crudo, pan árabe, jocoque, falafel, hojas de parra, hummus y fatoush. Aunque no prosperamos como pareja, le agradezco la bienvenida al maravilloso mundo de la comida árabe.

Como fanática de la comida y estudiosa de diversos asuntos en Medio Oriente, lo árabe siempre atrajo mi atención, por lo que es casi imposible que le diga que no a un buen restaurante libanés o del estilo. Cuando me presentaron Alfil, sabía con toda certeza que en su mesa me la pasaría tan bien que las horas se desvanecerían ante mis ojos. Y así fue. Un lunes me presenté puntual a las dos de la tarde, había caminado de la oficina hacia allá e hice unos buenos veinte minutos. No había desayunado bien (solo soy una chica que toma mucho café por las mañanas), así que venía a punto del desmayo. Afortunadamente, en Alfil te consienten tanto que se te olvida incluso que estabas triste.

Primero, la limonada de rosas es ideal para este calorón. Después, que fuera lunes no me detuvo para probar un drink de la casa. Sin embargo, el verdadero festín llegó con la selección del chef: mezze, que lleva jocoque, hummus, sikil pak, baba ganoush, aceitunas y pepinillos. Yo no lo soy, pero en el menú se incluyen opciones veganas como un falafel, hecho de garbanzo, hoja santa, perejil y especias. Eso sí, no puede faltar la clásica ensalada tabuleh, aunque hecha con trigo, jitomate, serrano, perejil, hierbabuena, cilantro, aceite de oliva y limón amarillo. Probé también una brocheta de pollo y carne de res y cerdo que era un sueño. No solo sirvió para que me sintiera satisfecha sino también para darme cuenta que la comida árabe está muy cerca —cerquísima, diría yo— de la mexicana.

Y es que en Alfil, no solo se trata de comida árabe como si estuviéramos en una búsqueda inútil de la autenticidad. Sino que buscan experimentar con los sabores, jugar con las texturas, pero también respetar y honrar a la comunidad árabe que ha echado raíces en México. Por ello, el lugar no persigue recrear algo que no le pertenece, sino más bien, inventar una fusión que permita dar la bienvenida a todos, todas, todes.

Finalmente, los postres y el café turco son la sensación. Puedes pedir dulces para llevar —y de hecho recomiendo ámpliamente que lo hagan— o para acompañar con un café turco: una especialidad de la casa, cuya preparación al momento cautiva incluso a alguien como yo, que me he negado toda la vida a tomar café después de mediodía. No me pude resistir y el sabor de aquella bebida me mantuvo despierta, pensando en ella, al menos hasta las once. No hay queja.

Alfil es un lugar agradable, pequeño y lindo, pero lo mejor es que es un lugar hecho para compartir. Fue una lástima haber ido sola, pues no se me ocurrió invitar a toda la redacción a comer conmigo, pues cada plato invita a que todos tomen un pedazo, a que todos prueben de todo. De eso se trata la vida misma.

@alfilrest
Lun, Jue, Vie, Sáb 1pm–12am
Domingos 1pm –10pm