En una ciudad donde cada rincón tiene su propio ritmo y sabor, el café se ha convertido en algo más que una simple bebida: es un ritual, una pausa necesaria o un empujón energético para seguir el día. En este universo de cafeterías que parecen competir no solo por el mejor espresso, sino también por la estética de su espuma y el diseño de sus espacios, Sede Café ha logrado algo que parece sencillo, pero es raramente ejecutado con tanta precisión: ofrecer café de calidad a un precio accesible y sin complicaciones.
Nunca me había considerado una persona de “café”, sin embargo me encuentro tomando café todas las mañanas desde que tengo memoria. Mi gusto no es el café que te da taquicardia con solo olerlo, el que te pone la piel chinita y te hace sentir tu corazón a 200mbp por segundo. Me gusta el café ligerito, ese que sientes como te apapacha el alma y te despierta memorias con su olor. El café dulce, con leche de avena, y si se puede, el de temporada.
Hace muchos años paso un suceso muy curioso en la CDMX cuando el monstro de la sirena verde llegó a nuestra ciudad, hubo un cambio no solo en la manera en la que disfrutábamos el café y lo consumíamos pero también generó un antes y un después sobre los precios de un simple latte caliente. Desde entonces, las cafeterías con concepto inauguran cada día, cada una más cara que la anterior. Entre más bonito el empaque, más alta la cuenta. Pasamos de infartarnos porque un capuchino costaba $70 pesos a estar de acuerdo en pagar $120 por un chai en la Roma/Condesa. Salir a tomar un café comenzó a volverse más un “gusto” que tenías que justificar, más que una necesidad básica para el trabajador urbano.
Por eso, cuando descubrí Sede Café en Instagram, su concepto me atrapó: un café “cool”, con precios aterrizados y un gran branding. Un café con concepto y un imaginario visual que automáticamente le habló a mi cuerpo millennial. Lo vi, lo guardé y un día apareció una sucursal justo a la vuelta de nuestras oficias. Desde entonces, no hay vuelta atrás.
Su café se ha convertido en parte de mi ritual diario de bienestar: correr, bañarme con agua fría y después despierto a mi mente con un latte grande con leche de avena. Y es que, Sede tiene la carga perfecta de cafeína que hace que mi mente y cuerpo se despierten, que sienta ese “coffee high” sin la necesidad de agarrarme a mi silla y necesitar sacar un clonazepam para calmar mi ansiedad.
Su lema es sencillo “Recoge rapidito, toma despacito”, y sí, con 8 sucursales, mis amigos de Sede se especializan en hacer café rápido. Si no me crees, ve cualquier día a las 9am a la sucursal de la Juárez, con una fila que siempre excede las 10 personas, no tardas más de 5 minutos en tener tu café en mano, y si te atreves, hasta un crueller de maple o un panqué de chocolate para alivianar tu mañana.
Detrás de este éxito está la pasión de un grupo de jóvenes mexicanos que comenzaron este proyecto en febrero de este año. Su idea era democratizar el acceso al café de calidad, pero sin sacrificar la experiencia. Sede sirve café nacional de Veracruz, Oaxaca y Chiapas, trabajado con Jiribilla, una de las mejores marcas mexicanas de especialidad. Y hay detalles que no pasan desapercibidos: los baristas usan uniformes creados por Amor y Rosas, una marca liderada por mujeres en situación de vulnerabilidad. Todo tiene una intención y un corazón.
Sede tiene la trifecta perfecta que ha hecho que sea tan exitoso: buen café, gran branding y un excelente precio.