“El jazz es un dragón enorme que transforma todo lo que toca. Es su naturaleza”, dice el multiinstrumentista Marcos Miranda, líder de la Sociedad Acústica (colectivo de músicos fundado en 1994), poco antes de un ensayo en la colonia Roma. A lo lejos, mientras continúa la entrevista, suena algo de Miles Davis con un saxofón. Los músicos tocan, improvisan y se regodean hasta el cansancio. A la batería se le une el bajo. Bien podría unirse un piano. En el jazz se toca una pieza y se vuelve otra cosa.
El jazz es tiempo y es libertad
Es uno de los géneros que más fronteras ha permeado. A inicios del siglo XX se popularizó en ciudades como Chicago y Nueva York, y pronto heredó los apellidos Armstrong, Ellington, Davis y Parker, y se hizo de prestigio. Así llegó a todos los escenarios posibles y a las pantallas del cine, en plena era del swing, una de las vertientes del jazz que, como otras músicas derivadas (bebop, soul, funk, free jazz y demás fusiones eléctricas y posmodernas), son hermanas todas, hijas del blues.
“Suena como el vaivén al caminar. Hay quien mueve los hombros, la cabeza, las manos. Ése es el groove, el sentimiento, la sangre que corre por la música. Y para que camine se necesita swing, balanço, dicen los brasileños. Columpiarse es el común denominador”, dice el bajista y productor Pepe Hernández, un apasionado del jazz y el funk que ha producido álbumes como Groove Corner, de 2016.
Hernández y Miranda son dos experimentados jazzistas que sienten que la Ciudad de México atraviesa una buena época para la música que ellos tocan: hay nuevos foros, investigaciones académicas, una licenciatura en la Escuela Superior de Música, así como una gran variedad de festivales y foros. Llegan músicos extranjeros que abren la escena y se consagran músicos locales que desarrollan grandes sonidos, referentes para muchas generaciones en la ciudad.
“El jazz se ha vuelto políticamente correcto”, afirma Miranda, un virtuoso instrumentista que toca lo mismo un saxofón soprano que un clarinete bajo. En Exilio y las voces del soliloquio (2009), él es el único instrumentista que toca para un álbum de 10 horas de duración y que consta de siete CD.
La Ciudad de México también tiene jazz
Tin Tan tarareaba el bebop en sus películas de los años cuarenta. Al mismo tiempo que se consolidaban las grandes orquestas con el danzón y el mambo, en music halls como El Patio nacían las big bands que exploraban el jazz, como la de Luis Arcaraz y Pablo Beltrán Ruiz.
[arve url=”https://www.youtube.com/watch?v=U8-1wiNqYdw” mode=”lazyload” title=”Germán Valdés (Tin tan) y la orquesta de Luis Alcaraz” description=”Video de Tin Tan ” play_icon_style=”circle”/]
En los años sesenta no faltaban ensambles de jazz que tocaran en los restaurantes de moda. El Cardini estaba ubicado en el número 98 de la calle Morelos, donde llegaron a tocar Ella Fitzgerald y Bud Shank con éxito. El Riguz Bar se atiborraba frente al Parque Hundido, sobre Insurgentes, y de ahí salieron músicos como Tino Contreras, baterista y compositor que saltó de la orquesta de Arcaraz a formar su propio ensamble. También, el trío del músico Freddy Noriega empieza a jazzear el bolero, imponiendo una moda. Digamos que el jazz estaba en todos lados: la publicidad, el cine y hasta la televisión.
En los setenta ya estaba el foro Ágora, en Insurgentes y Barranca del Muerto. Por ahí pasaron bandas como Blue Note, de Roberto Aymes, o Sacbé, el ensamble de Eugenio Toussaint junto a sus hermanos Fernando y Enrique, hoy grandes figuras del género nacional. “El Ágora lo dirigía Fernando García Olmedo, quien también programaba jazz en la Casa del Lago. Yo recuerdo a Juan Rulfo ahí escuchando jazz”, cuenta Miranda.
En los ochenta, lo que era Musicafé Dos se convirtió en New Orleans Jazz Club, en San Ángel. El Arcano abría en División del Norte, en Coyoacán, donde tocaron músicos como el saxofonista Remi Álvarez, el pianista Héctor Infanzón o el contrabajista Agustín Bernal. El Galeón, que se encontraba en el Hotel Fontaine, en Reforma, programaba jazz los domingos y muchos caían a tocar; empezaban a las nueve de la noche y se aventaban jam sessions que se podían prolongar hasta el día siguiente. “De ahí salió Chucho Sánchez Puebla, bajista, Miguel Salas y Enrique Neri, pianistas, y Cris Lobo, guitarrista. Venían cubanos para escucharnos. A veces se producía cierto furor. Estaba casi frente a El Caballito”, comenta Hernández, quien también presentó ahí sus primeros proyectos y tocó con personajes como Makoto Ozone.
El Galeón enmarcó un ciclo hasta mediados de los noventa, década en la que aparece por primera vez Big Band Jazz de México, con músicos provenientes de Xochimilco. El jazz comenzó a tomar nuevos vuelos junto con el movimiento de la música independiente. Con la aparición de las nuevas tecnologías, los samplers y los nuevos modos de escuchar música, la escena jazzística se modificó. El nuevo milenio trajo consigo otros espacios, aunque duraron poco. Cerró Papa Beto Jazz Bistro, en la Cuauhtémoc, y, años más tarde, Blue Monk, en la Anáhuac —ambos de la productora japonesa Yuko Fujino—. Lo mismo sucedió con el Foro 81, de la fonda El Convite, que además programaba el festival Jazzbook. En la ciudad pasaron cosas inolvidables.
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