Lleva 20 años en el oficio y tiene 34, es decir, Isauro Villegas empezó cuando tenía 14, con su padre, que también es organillero (“Él ya lleva 40”, comenta). Junto con su asistente, el muchacho que pasa la gorra, van vestidos con su uniforme oficial, que, se supone, es como el que llevaban los Dorados de Villa. “Este instrumento tendrá más de 100 años —responde no sin orgullo— y pesa unos 50 kilos. Tiene ocho melodías [en un solo rodillo] y está hecho en 90 % de madera.” Aunque el órgano no es de su propiedad (lo renta, como todos los organilleros, con uno de los nueve o 10 empresarios que quedan en la ciudad), Villegas sabe que tiene un tesoro entre sus manos. Suena dulce y recuerda a… a cualquier calle tranquila de la Ciudad de México, en cualquier momento del día, por lo general el más adecuado.
Estos instrumentos llegaron de Alemania en los tiempos de don Porfirio y, mientras que en todas las ciudades de Europa desaparecieron hace muchas décadas, aquí se conserva la tradición. La Unión de Organilleros calcula que hay unos 90 en la ciudad y, juntando a todos los del país, son poco más de 300. El problema al que se enfrentan es que quedan muy pocos instrumentos originales: “Unos 30 —calcula Villegas—, y quedan muy pocos técnicos que sepan arreglarlos, y los nuevos (chilenos, guatemaltecos y chinos) no suenan tan bonito”. ¿Qué sería del paisaje sonoro de nuestra ciudad sin los organilleros?
Twitter: @OrganillerosMex
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