Yo sé que guapo estoy.
Y tengo un pegue como ya no hay dos.
Alain Delon me dio un millón,
pues ya quiere que le enseñe a ser igual que yo.
– “El cotorreo”, El Show de Memo Ríos, 1980

La primera grabación de rap hecha en México es de Memo Ríos, el comediante del Canal 2 que desde los años ochenta le ha sido fiel a un solo corte de pelo: el mullet. Esto, según Feli Dávalos, editor de Noisey y una de las personas que más saben del rap en México. Ríos empezó su carrera haciendo shows en el hotel El Diplomático, antes de presentarse por primera vez en Siempre en Domingo. Recibió una invitación de Raúl Velasco, que en ese entonces significaba, literalmente, la puerta a la fama, porque en 1979 grabó una versión en español de “Rapper’s Delight”, de Sugarhill Gang, el primer hit de rap en la historia de la música. El comediante, por visión, suerte u oportunismo, trajo a México el eco del éxito que puso el género en el mapa de la industria mundial.

Memo Ríos | Foto: memorios.com.mx

La versión de Memo Ríos, también conocido como MC Aplausos, se llamó “El cotorreo”, y el comediante reconoce que no fue su idea, sino de Elías Cervantes, director de Radio Variedades, donde Memo hacía sketches y daba los horóscopos, entre otras cosas. Él le mostró la canción y le propuso hacer un cover. Dos días después, ya la había escrito y grabado. Guardadas las proporciones, “El cotorreo” también fue un éxito, aunque tuvieron que pasar muchísimos años antes de que alguna disquera se interesara por el rap hecho en México.

Hay dos formas de entender el hip hop: como género musical o como subcultura. Dávalos piensa que las dos son correctas. “Si lo entiendes como subcultura, estás hablando de un movimiento que va más allá de la música nacida en el Bronx de los años setenta, porque engloba cuatro elementos: grafiti, break dance, la música de los dj y el rap, que no es cantar ni hablar, sino algo en medio que nunca se había hecho antes”, aclara.

El hip hop es un género que nació en uno de los rincones más marginados del primer mundo. En los años setenta, el Bronx era una parte de Nueva York a la que nadie quería voltear. El rap es la música rebelde que crearon afroamericanos e inmigrantes latinos que intentaban abrirse camino entre la pobreza, la violencia y el racismo; jóvenes que inventaron para sí una identidad con sus propias reglas y sus propias formas de subsistencia. Para chicos sin recursos como ellos, conseguir una guitarra y un amplificador para hacer música simplemente no era una opción. Rapeaban en las esquinas, porque las palabras eran lo único que tenían, y en un contexto violento como aquél era necesario marcar territorio si se quería sobrevivir; había que ser el mejor en algo, o al menos decirlo con la suficiente actitud para que otros lo creyeran.

En México, el panorama para la mayoría de los jóvenes no era muy distinto y, con un discurso así, fue fácil que el rap conectara con quienes vivían de este lado de la frontera. Pero fuera de los estados del norte, donde por obvias razones surgieron las bandas de rap más fuertes del país, era una época en que los únicos que escuchaban esa música tenían cierto vínculo con Estados Unidos: ya sea que viajaran frecuentemente,  ya sea que tuvieran familiares o amigos que les trajeran música.

En los años ochenta, según Dávalos, quien tiene en la cabeza toda esta historia con gran detalle, había apenas un par de grupos de rap en la Ciudad de México: Crimen Urbano y Cuarto de Tren. “Era un momento interesante, porque estaban haciendo un rap abierto, positivo, en el rollo de ‘todos somos hermanos’; pero grabaron cinco o seis canciones y desaparecieron”, recuerda. La siguiente generación vino de la periferia, de lugares como Ciudad Neza y Aragón, que han sido muy importantes para el rap mexicano. Sociedad Café nació a principios de los noventa como Brown Society y rapeaban en inglés sobre pistas  de Cypress Hill y otros de sus ídolos. Sus letras replicaban el discurso de los raperos gringos: la realidad de las calles, las pandillas, las drogas y no mucho más. Todo en un formato en el cual importa más la forma que el fondo; el ingenio verbal, quebrar las palabras de formas sorpresivas y valerse de metáforas y referencias para construir juegos de palabras que no descubran el hilo negro, pero que truenen cual pirotecnia. Así prendieron a una generación de jóvenes que, quizá por primera vez, sintió que la música hablaba de ellos y que podía escribir versos, hubieran o no puesto atención en la escuela. Por supuesto, todo se grababa en casetes reciclados que pasaban de mano en mano, en fiestas que, vistas desde fuera, eran descritas como encuentros de vagos. Eso en la escena underground.

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A la par estaba Claudio Yarto, siempre, siempre con sus lentes de sol. A principios de los ochenta —años de Polymarchs y Patrick Miller—, era un dj que recorría varias discotecas, pero ganó renombre principalmente en una: el Magic Circus. Kid Frost, considerado uno de los pioneros del rap latino, vino a tocar a México en 1986 o 1987, y Yarto tuvo el buen tino de acompañarlo a todas sus presentaciones para verlo trabajar de cerca. Poco tiempo después, ya rapeaba al aire en W Radio y, en los noventa, Caló fue la primera banda del género que alcanzó difusión en medios masivos.

“Un día en una rifa
me gané un viaje en crucero
y dije: ‘oh, my god!’,
eso es pa’ gente de dinero…”

Decía la estrofa inicial de “El capitán” y, le pese a quien le pese, fue una de las primeras canciones de rap que se tocaron en la radio nacional y que se les pegó en la mente a niños, tíos y abuelos de todas las clases sociales.

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