Hipsters, mirreyes, mirreipsters, bohemios, snobs, darketos, vampiros, metaleros, reggaetoneros, electrosos, chakas, negros, wanna-be-negros, blancos, morenos, apiñonados, asiáticos, híbridos, millonarios, ricos, pobres, medios-aspiracionales, borrachos, drogadictos, sobrios, homosexuales, bisexuales, transexuales, heterosexuales, heteroflexibles, asexuales, políticos, rateros, músicos, pintores, poetas, dealers (muchos dealers), godines (pocos godines), periodistas, arquitectos, juniors, mantenidos, cazafortunas, prostitutas, chichifos, famosos, dandis, donadies: todo esto y más te puedes encontrar en un after casero de la Ciudad de México.
En un edificio viejo sobre Álvaro Obregón se encuentra la puerta abierta a las 5 de la mañana. Considerando que al cruzar Cuauhtémoc –que está a menos de una cuadra– está la colonia Doctores, ésta es una actitud temeraria. Pero los habitantes del segundo piso no están en condiciones de hacer este tipo de consideraciones. Al entrar hay un altar a la guadalupana como en tantos otros lugares en este país. Y esta será la última imagen divina que encontrarás en las siguientes tres horas.
Al subir unas escaleras de cantera empiezas a escuchar el sonido del bajo sintético de un set de Carl Cox. Tocas la puerta del #3 y te abre un tipo de 1.90 que, al ver que traes un cartón de chelas, no te pregunta ni tu nombre. En el sillón está dormido Simón, un hombre de 50 años con un hábito de coca de 30 años –cabe mencionar, sin embargo, que lleva 6 años limpio. Joaquín y el Pelón se están peleando por el cable auxiliar. Joaquín quiere poner un set del Burning Man 2013, pero el Pelón insiste que ya está muy pasado ese set; él quiere poner el set de quién sabe qué festival en Alemania de quién sabe qué DJ. Melisa tiene una cara de espanto como si acabara de ver al Diablo. Pero hay una gravedad en el peso del after, la abundancia de coca y el terror de estar sola que no le permite levantarse e irse.
Luego de 20 minutos, Simón se despierta y empieza a hostigar a Melisa: eso explica su cara de espanto. Joaquín y el Pelón se siguen peleando. Simón no para de acosar a Melisa. El Conde se ríe como idiota de toda la escena. Felipe no puede despegar la cara de la mesa. El gorila que abre la puerta ve fijamente al piso sin soltar su cuba. Morquiva baila como gallina, el Pelón le da un bofetón a Joaquín. Yo ya me voy.
“Todo se derrumbó dentro de míiiiiiiiiii…” se escucha desde la esquina de General Antonio León y General Potasio Tagle. Si caminas otra cuadra por Antonio León, verás en un balcón escondido tras un frondoso árbol, un borracho se columpia contra el barandal retando a la muerte. Si te anuncias a gritos desde la acera y muestras una botella nueva, vuela un juego de llaves desde el tercer piso. La chapa tiene maña, tienes que empujar la puerta para girar la llave. Entras, subes unas escaleras de acero: la puerta del 301 está abierta. Ves a Francisco poner su brazo sobre el hombro de José Miguel mientras se menea de un lado a otro como elefante, canta balbuceante y lleno de despecho. Julia está sentada quejándose con María de que su novio no la quiere acompañar a la boda de su prima segunda. César apenas habla pero me ofrece un shot. Juan quiere meterse a la conversación de Julia y María pero no logra obtener su atención. Paula está en pijama, me presento con ella, le declamo los últimos tres versos de Una Carroña, me invita a su cuarto.
Sobre Avenida Universidad, esquina con Miguel Ángel de Quevedo está la taquería Los Cuñaos. Abren de 23:00 a 07:00, tienen una de las salsas más picosas de la Ciudad y unos deliciosos tacos de suaperro. Es uno de mis afters favoritos gracias a las bizarras conversaciones que alcanzas a escuchar gracias a que no hay música en altos decibeles. Hombres trajeados presumiéndose las fotos de sus amantes, dos jóvenes discutiendo cuánto cuesta un esclavo chiapaneco en la deep web, dos mexicanos poniendo a su amigo gringo colorado con la salsa, dos mujeres muy guapas en tacones quieren poner a los comensales a cantar canciones de Enrique Iglesias. Algunos vienen de bodas, otros de antros, otros nada más no pueden dormir.
En cada esquina, a toda hora en esta ciudad hay un after improvisado. Muchos consisten de cuatro zopilotes sondeando a la única mujer que queda en el aferrafter; otros son festines de drogas sintéticas y prostitutas sudamericanas; otros son para despechados que no quieren enfrentar la frialdad de una cama sola. El Sanborns 24 horas de Londres en la Zona Rosa es también after para atormentados que pasan las noches tomando café y leyendo, hay gente dormida en los gabinetes y uno que otro borracho cenando. La complicidad de la noche es el refugio de los inadaptados, la salida del sol es la llamada de la realidad que estamos tratando de evitar. Las noches de la Ciudad de México son un animal exótico. Desde clubes de peleas clandestinas hasta fiestas de travestis.
Conoces verdaderamente a la gente de noche, cuando sienten la confianza de su cómplice. El recorrido de los afters nunca acaba, porque si vuelves al mismo sitio unos días más tarde, no estarías regresando al mismo lugar. Es imposible petrificar un momento por más que quisiéramos hacerlo. El día de hoy sal a un bar, acércate a un desconocido, hazlo tu conocido y pregúntale dónde es el after.