Inspiración Verde es una serie de artículos desarrollados por Local.mx para mostrar los proyectos medioambientales más relevantes. En colaboración con la iniciativa Perpetual Planet de Rolex, nuestro objetivo es generar conciencia, inspirar a nuevas generaciones e impulsar todas las buenas ideas que mejoran la vida en la Madre Tierra. Rolex está apoyando a organizaciones e individuos inspiradores en una misión para hacer al planeta perpetuo. #PerpetualPlanet. Para más información visita rolex.org
Si en lugar de mirar hacia la bóveda celeste observáramos la profundidad marina, nos sorprendería encontrar un despliegue inusual de constelaciones. Sobre la piel de los tiburones ballena, patrones muy particulares de manchas blancas —parecidos a estrellas— guardan la clave para conocer mejor y conservar a estos peces gigantes y gentiles.
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Ésa es la idea sobre la que se construye el proyecto del biólogo marino australiano Brad Norman —laureado con un Premio Rolex a la Iniciativa en 2006—, quien desde hace más de dos décadas trabaja en el arrecife Ningaloo, cerca de Perth, un sitio tan asombroso por su biodiversidad como por la atracción que ejerce sobre los misteriosos tiburones ballena, que cada año visitan la región como parte de su ruta migratoria.
Aunque Norman sintió fascinación por la vida marina desde niño, el tiburón ballena se volvió el centro de sus estudios cuando, en 1995, nadó al lado de un ejemplar y sintió que la experiencia era tan magnífica que le quitó el aliento. Empezó a estudiar la especie más de cerca, a hacer fotografías. Se preguntaba si los patrones moteados que cubren esa elegante piel gris serían únicos —como ocurre con las huellas dactilares— y si ello podría ayudar a identificar a cada individuo y a conocer más sobre sus poblaciones y sus patrones migratorios y reproductivos. Comenzó por comparar un puñado de imágenes, y pronto, gracias al apoyo de Rolex, pudo lanzar un proyecto de ciencia ciudadana que le permitiría incrementar su acervo con fotografías provenientes de todos los rincones del mundo. Cualquier persona —conservacionistas, buzos, miembros de la comunidad científica e incluso un turista en una sesión de snorkel— podría contribuir con imágenes de sus avistamientos.
La respuesta a esta iniciativa fue muy buena. Y para comparar entre los miles de imágenes que ahora conformaban la colección, Norman se valió de un algoritmo creado por la NASA. Aunque originalmente diseñado para la observación estelar del telescopio espacial Hubble, la tecnología se adaptó para cartografiar las manchas en la piel de los tiburones ballena y constatar que, en efecto, muestran patrones únicos. Gracias al total de 75,000 contribuciones por parte de 9,000 personas en 54 países distintos, se ha logrado, hasta la fecha, la identificación de 12,000 ejemplares individuales. Se trata de una de las bases de datos más amplias dedicadas a una sola especie.
La importancia de esta labor trasciende la fascinación de un biólogo marino por un pez noble y gigantesco: las poblaciones de tiburón ballena han decrecido de manera dramática en las últimas décadas, y su existencia está amenazada. Nuestro desconocimiento sobre sus hábitos de crianza y migración juegan en su contra. “Los océanos son la próxima frontera. Todavía nos queda mucho por explorar. Sabemos más sobre la Luna que sobre los océanos”, dijo Norman en 2006. Y esto es muy cierto en el caso de los tiburones ballena: no fueron descubiertos sino hasta 1828, pese a que hay evidencia de que ya existían en el periodo jurásico, y hasta los años ochenta se habían registrado apenas unos 350 avistamientos. El trabajo liderado por Norman, en consecuencia, es clave para entender las características de la especie y crear estrategias de protección en áreas específicas, y en ello radica la importancia de que sea proyecto de naturaleza colaborativa, en el que todos podemos participar.
Para conocer los misterios detrás de sus largas trayectorias interoceánicas, Norman ha trabajado en conjunto con el profesor en biociencia Rory Wilson, otro pionero laureado con el Premio Rolex a la Iniciativa en 2006, que ha desarrollado un sensor electrónico llamado Daily Diary. El resultado fue la implantación de etiquetas satelitales, cámaras y sensores en diversos ejemplares de tiburón ballena con el objetivo de monitorearlos de manera remota. Así se descubrió, por ejemplo, que tienen la capacidad de trasladarse hasta 7,000 kilómetros, o que determinados ejemplares vuelven siempre a los mismos lugares.
Con sus 18 metros de largo y su ancha boca, el tiburón ballena es un pez tan grande como carismático, lo que lo convierte, además, en un representante ideal de toda la vida marina a la que urge proteger. Norman ha creado campañas educativas que involucran a las escuelas. La Whale Shark Race Around the World, por ejemplo, invita a los estudiantes a elegir un joven tiburón ballena etiquetado y seguir su trayecto por los diferentes océanos del mundo, lo que más allá de contagiar el entusiasmo por esta especie, siembra en las nuevas generaciones la semilla de la curiosidad por todos los tipos de vida que proliferan en las profundidades. “Se trata de crear interés, motivación y ganas en la nueva generación. Nos basamos en intentar educar y enseñar a la gente la belleza de nuestro entorno natural y animarla a ser más consciente y a que esté más motivada para protegerlo”, asegura Norman.