Al Mazurka iba la generación de nuestros papás y era elegantísimo. Cortinas de terciopelo rojo, candelabros, mesas con mantel blanco y un pianista que tocaba las baladas románticas de siempre, aunque un poco más adornadas de lo normal. Este restaurante polaco lleva abierto desde 1978, y está igualito a entonces. Quizás ya no es elegantísimo, pero sí es una escenografía casi embrujada que da mucho placer. Y se come delicioso.
La copa de Zubrówka, primero que nada, se sirve a la vieja y distinguida usanza polaca: hasta rebosar el límite del vaso. La carne tártara se prepara en la mesa y, si tienes suerte, tendrá la forma de un caballo de ajedrez. Pero al Mazurka se va por la salchicha Kielbasa con raíz fuerte, la Zurek (sopa de salchicha) y por el pato Polski relleno de manzanas agrias y moras azules.
También tienen platillos típicos polacos que saben a comida casera, como el Bigos, estofado de res con col agria), el Gulasz (ternera con salsa paprika) o el Strogonoff (filete de res en salsa polaca). Aunque uno no tenga frío, la combinación de copitas heladas de vodka con alguno de estos platos le quita el frío.
Lo cuadros de la pared, que llevan allí colgados los mismos años que lleva el restaurante, parece que van a cobrar vida en cualquier momento. Son paisajes de Europa del Este y la mayoría ya no existen en la vida real. La iluminación es bajita para poder recorrer a gusto conversaciones de mesa (van muchas parejas de señores elegantes) y quedarse muchas horas departiendo. El pianista a menudo toda el score de El Padrino para embrujar las cosas un poco más. Y bueno, el servicio es muy bueno; este fue el lugar que el Papa Juan Pablo II eligió para ir a cenar en alguna ocasión que vino a la ciudad. Y tienen el “menú de degustación del Papa” que no está nada mal.
Recomendamos ir a cenar al Mazurka para escapar de la línea de tiempo cotidiano y entrar en un embrujo polaco romantizado, escenográfico.
.
[snippet id=”29172″]