Un buen café es también la variación de una casa, una oficina, es un lugar de desahogo y de diálogo. Pero hay cafés que son todavía más que eso. Café La Habana, en la Juárez, es también un vínculo entre la literatura, la revolución, el arte, la política, los chilaquiles, el infrarrealismo y Patti Smith.
Café La Habana existe desde 1952. Al parecer lo inauguró un español que vino de Cuba a México y le pareció perfecta la ubicación porque muchos cubanos vivían en la zona. En la colonia de atrás, la Tabacalera, había una fábrica de cigarros y habanos que iría perfecto con un café, que llevaría fotos de La Habana colgadas en las paredes.
Poco tiempo después de abrir, el dueño tuvo que vender el café porque había perdido dinero en apuestas, y desde entonces ha pasado a varias manos hasta las que actualmente lo manejan, desde hace 20 años. Pero ha cambiado muy poco. La barra, la contrabarra, las sillas o la cafetera (que es un modelo que ya no se fabrica) parecen indicar que no han pasado más de 60 años.
Se rumora que ahí, entre cafés, el Ché y Fidel Castro fraguaban la revolución cubana y planeaban la estrategia para derrocar el régimen de Fulgencio Batista. Tomaban café y no comían ni conversaban con otros comensales; no tenían tiempo para hacerlo. Hay algo en ese café, en su aire antiguo y genuino, que ha convocado a bohemios e intelectuales toda su historia.
Octavio Paz, por ejemplo, era un cliente asiduo y dicen que fue ahí donde terminó su libro de poemas Libertad bajo palabra. Renato Leduc y Gabriel García Márquez también afinaron su prosa en esa esquina acristalada de Bucareli.
En Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, el Café La Habana aparece bajo el nombre de Café Quito, un lugar habitual donde Ulises Lima y Arturo Belano podían tomar tazas y tazas de café con leche como el autor lo hacía en la vida real con sus amigos del movimiento infrarrealista en la década de 1970. Patti Smith ha confesado que uno de sus escritores favoritos es Bolaño y por eso cada vez que viene a la Ciudad de México pasa su tiempo libre en Café La Habana.
Pero lo imperdible en Café La Habana son los chilaquiles, la torta cubana y, desde luego, el café con leche. A la entrada hay una tostadora que todo el día está dorando café. “Se hace en la mañana y no queda nada para el otro día”, dice Ricardo Mendoza, encargado del local. “Lo que más nos ha durado son dos días pero no pasa de eso”. El café con leche es un clásico pero si uno es un poco más valiente, vaya directo a pedir el café Bombón: un espresso doble cortado, ligeramente espolvoreado con café molido y leche condensada. Es el aconsejable para despertar. También, uno puede comprar café de Chiapas, Veracruz, Puebla, Guerrero y Michoacán en bolsas por kilo, medio kilo y un cuarto.
En Café La Habana uno puede encontrar un comedor, un escritorio, un lugar de inspiración –con ventana a la calle– o una bitácora de historias formidables.
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El Café Gabi’s en la Juárez <3