El León de Oro es un pedacito de pasado que está en la esquina de José Martí y Francisco Murguía, en la colonia Escandón. El contenido de su extenso menú de comida y bebida es, como mucho, correcto y sus precios sin ser los más amigables tampoco están mal.
Fue un México muy distinto al de hoy el que vio nacer este lugar. Era 1954 y había apenas unos 3 millones de habitantes en la ciudad. La Torre Latinoamericana estaba todavía a un par de años de inaugurar y la juventud traía en la cabeza a las divas del cine de oro mexicano y el brillo de sus Chevrolet Bel-Air, Ford Thunderbird y Mercury nuevecitos con los que remontaban las aún pocas grandes avenidas de camino a una tarde de conversación y música en El León de Oro, una de las primeras cantinas que admitió mujeres.
El León de Oro no pasó de moda y se salvó de la mayoría de los estragos de la modernización. Salvo por unas pocas remodelaciones, sigue siendo el mismo lugar desde el momento que abrió.
Hay algo profundamente acogedor en el amarillo que te envuelve pasando sus puertas vaivén, en los decadentes vidrios marmolados color marrón que decoran las paredes y en la imponente barra donde exhiben prácticamente todos los tipos de alcohol que uno conoce. La amabilidad y atención de sus meseros es la justa y difícilmente te van a dejar estar con el vaso vacío.
Entre su amplísima carta de alimentos destaca la chistorra, el pulpo al mojo de ajo, la emblemática torta de pavo (probablemente la opción más segura), la sopa de médula para los que no le temen, y siempre conviene preguntar por las especialidades del día.
Después de más de 60 años, esta taberna de desmesuradas dimensiones (tendrá unas 100 mesas, pero aseguran que pueden meter más), ofrece de lunes a sábado la posibilidad de sucumbir al dolor de los boleros con un trío que no ha cambiado en 13 años y que toca diario (salvo los sábados de 4 a 6 pm que los remplaza la alegría de un mariachi para acompañar la barbacoa que sólo preparan este día).
El León de Oro es esa opción segura donde uno siempre encontrará una mesa disponible, aún si va con un grupo grande. Y te ofrece la hermosa posibilidad de pasar desapercibido pues los comensales son muy variados: jóvenes que sorprenden al trío con su profundo conocimiento de la música de tantas décadas atrás; el señor que parece haber estado desde el inicio de los tiempos ahí, solo, entonando las de Juanga hasta que ya no le alcanza; grupos de viejos amigos que ya no se hablan pero juegan concentradísimos al dominó o las cartas; oficinistas hartos que van a olvidar y hablar muy alto. Y claro, los nostálgicos que sólo se sienten en casa cuando están cerca del pasado.
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