El Mirador es una de las mejores cantinas de su zona. Durante muchísimos años fue un reducto de puros hombres al que las mujeres sólo accedían los sábados, cuando los clientes habituales no existen. Y si bien desde hace más de 10 años se permite por ley el ingreso a las mujeres a las cantinas, en El Mirador (al menos en la parte del bar) parece haber una “política clientelar” infranqueablemente varonil. Si alguna dama osa entrar, recibirá chiflidos y aplausos que –casi siempre– la harán girar con rapidez de regreso al restaurante.

Esto se explica solo si tomamos en cuenta que, desde 1904, El Mirador atiende a los hombres más poderosos del país. El hecho de que sea paso obligado hacia Los Pinos propició que, “con excepción de Vicente Fox, todos los presidentes de la república a partir de Adolfo Ruiz Cortines hayan atendido a la cantina”, cuenta el mesero Roberto Santoyo, quien ha trabajado allí desde 1958. Por lo mismo se aparecen allí reporteros y “espías” que buscan cachar alguna conversación jugosa entre los dirigentes. Pero en la parte del restaurante, que tiene su entrada a un lado, es habitual ver jóvenes, parejas, elites intelectuales y bohemias o a la señora Silvia Pinal departiendo con amigos que parecen llevar allí toda la vida.

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La comida es deliciosa, de esa que genera –precisamente– que haya tantos clientes frecuentes que además siempre ordenen lo mismo. A nuestro parecer hay 3 platillos por los que uno vuelve a El Mirador y volverá toda vida:

– El “Tribilin”: generosas porciones de filete de res, filete de pescado y camarón marinados y cocidos con limón, especies de la casa, aceite de olivo y amontillado.

– Los taquitos sudados de chamorro: 8 tacos (ya armados) de chamorro picado y dorado, acompañado de tres salsas a elegir.

– Milanesa manchega (oreja de elefante): filete de res aplanado y empanizado con queso manchego y jamón de pierna encima.

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Por cierto, la cantina no se llama “El Mirador” por que mire hacia algún lado –ni privilegiado ni de otro tipo–, de hecho, sus ventanas llevan veladas prácticamente desde que se inauguró en 1904. Pero eso es parte de su encanto. Sí se encuentra frente al bosque de Chapultepec, pero a menos que uno salga a fumar, El Mirador, como toda buena cantina, es una especie de búnker donde lo único que existe es lo que está dentro.

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