Goya Taller adopta su nombre por el abuelo del chef Mauricio Vega, un señor aficionado a una buena mesa que le enseñó todo lo que sabe no solo de comida, sino de servicio. Pero Mauricio, de 23 años, sabe que un restaurante no es sino un laboratorio, un taller en donde todas las ideas no solo son bienvenidas sino que pueden volverse realidad. Este lugarcito, a veces muy fuera de tono con lo que solemos pensar de Polanco, ofrece una barra a oscuras al fondo donde todo lo que se cocina puede verse. Una barra de vinos, primero, y después un menú extenso de comida tan rica como apapachadora. 

La recomendación va en dos sentidos: conocer Goya Taller por las mañanas, en donde seguro encontrarás al abuelo de Mau saludando a todos los comensales mientras se pone a leer el periódico; o bien, ir a Goya después de la oficina, dispuestos a cenar rico con uno, dos o tres drinks encima. No es que la comida no importe, pero en Goya van más allá. Las reuniones entre amigos o las dates en este lugar tienen la ventaja no solo de estar en un espacio reducido, sino que suceden alrededor de la comida (y qué es más bonito que conocer a alguien, sus gustos y disgustos que en una barra).

Como madrugar no es lo nuestro, Goya Taller nos invitó a una cena como ninguna otra. Con un menú de seis o siete tiempos, pudimos conocer el alucinante trabajo de Mauricio Vega: desde chips de arroz, nori y chili crunch, hummus de chícharos, berros y sourdough, gnocchis, mantequilla, yuzu kosho y parmesano, hasta alitas rellenas de camarón con cerdo y lomo de cerdo con curry rojo, este lugar está hecho para grandes estómagos. 

El postre es cosa aparte: un pan francés con helado redefine todo lo que creíamos saber de repostería, de desayunos y cenas. Es esponjoso pero sin empalagar, es crusty pero sin llegar a ser duro. Por otro lado, un helado de Yakult con gin nos dio el final perfecto. No sin antes permitirnos una Tums. Y es que hablando sobre la inflamación que viene con ser adulto, una de las ideas que, según Mauricio, quedaron volando en el tintero de la cocina fue hacer un helado de Riopan, medicina que por cierto siempre tienen en Goya para cuidar de su gente.

Lo cierto es que no pudieron elegir un mejor nombre, pues en Goya no solo está el amor por lo familiar en los platillos, sino también la experimentación, el juego como posibilidad de encontrar hasta dónde somos capaces de llegar. La barra de la cocina, a diferencia de las mesas que se encuentran afuera o en la barra de café, casi siempre tiene música a todo volumen: desde los versitos de Bad Bunny (debí tirar má’ foto’ de cuando te tuve / debí darte más beso’ y abrazo’ las vece’ que pude) hasta la dolorosísima letra de Julio Iglesias: de tantos fracasos / de tantos intentos / por querer descubrir / cada día algo nuevo. Por supuesto: “¡Esa no!”, gritamos nosotras y el equipo de cocina.

@goya.taller  
Martes a sábados | 8 am a 11 pm