Las estatuas y los monumentos, esos guardianes inmóviles de la memoria colectiva, son mucho más que objetos inertes en el paisaje urbano. Son símbolos cargados de significado, narrativas encapsuladas en bronce y piedra que han sido colocadas para recordar, homenajear o legitimar ciertas historias. Sin embargo, la pregunta que resuena cada vez con mayor fuerza es: ¿qué historias cuentan realmente? Y más importante aún: ¿qué historias silencian?
En los últimos años, la descolonización de estatuas y monumentos ha ganado relevancia en el discurso público, desatando debates apasionados sobre historia, poder y representación. Movimientos en todo el mundo han cuestionado la permanencia de figuras que glorifican a conquistadores, colonizadores o líderes cuyo legado está asociado con la opresión, la esclavitud y el genocidio. En América Latina, Europa y Estados Unidos, las manifestaciones en torno a estos símbolos han encendido conversaciones que van más allá de su mera presencia física: interpelan la forma en que construimos y preservamos nuestra memoria histórica.
El poder de los símbolos en el espacio público
El espacio público es un escenario político. En él, los monumentos funcionan como declaraciones de poder y de valores. Una estatua en el centro de una plaza no es solo un adorno, sino un acto de perpetuación simbólica: legitima ciertas visiones del pasado y, al hacerlo, condiciona cómo interpretamos el presente. Durante siglos, las estatuas de Cristóbal Colón, Hernán Cortés y otros personajes similares fueron erigidas para consolidar narrativas hegemónicas que glorificaban el colonialismo y relegaban las voces indígenas y afrodescendientes a los márgenes de la historia oficial.
El derribo de estatuas, lejos de ser un acto de vandalismo, es un ejercicio político cargado de simbolismo: no se trata de borrar la historia, como argumentan sus detractores, sino de crear un espacio para nuevas memorias y para aquellos cuya existencia ha sido borrada o distorsionada.
La complejidad de descolonizar
Descolonizar estatuas y monumentos no es un proceso sencillo. Implica más que el simple acto de retirar una figura; requiere una reflexión profunda sobre las historias que elegimos recordar y las que optamos por olvidar. En Ciudad de México, la emblemática estatua de Cristóbal Colón en Paseo de la Reforma fue retirada en 2021 y será reemplazada temporalmente por una escultura dedicada a las mujeres indígenas, una decisión que desató polémicas y debates sobre identidad, justicia histórica y el futuro del espacio público.
En otros casos, como el de las estatuas de esclavistas en el Reino Unido o de líderes confederados en el sur de Estados Unidos, la conversación ha derivado en la construcción de museos y espacios de interpretación donde estos símbolos son colocados en un contexto crítico. Estas iniciativas buscan no glorificar, sino analizar: invitan al espectador a confrontar las realidades históricas detrás de las figuras, fomentando un entendimiento más matizado del pasado.
Crear nuevos símbolos
La descolonización no implica únicamente destruir; también exige construir. La retirada de monumentos abre la posibilidad de imaginar nuevas formas de conmemorar el pasado. Artistas y activistas han comenzado a proponer alternativas que celebran las resistencias históricas y las comunidades que han sido tradicionalmente ignoradas. Esculturas, murales y performances son algunas de las herramientas que se han utilizado para replantear los espacios públicos como sitios de diálogo en lugar de imposición.
df
df
En este sentido, el arte contemporáneo ha jugado un papel crucial. Obras como “A Surge of Power” de Marc Quinn, que representó a la activista británica Jen Reid levantando el puño, o los proyectos de artistas indígenas en Canadá que reinterpretan los monumentos coloniales, abren un espacio para cuestionar la relación entre arte, poder y memoria.
El reto de reconstruir la memoria colectiva
La descolonización de estatuas y monumentos no debe entenderse como un proceso de revancha, sino como un acto de justicia histórica. Es una oportunidad para reconstruir la memoria colectiva de una manera más inclusiva, reconociendo tanto las heridas del pasado como las luchas que siguen vigentes en el presente.
df
df
En México, la conversación sobre estos temas adquiere una dimensión particular: somos un país profundamente marcado por el colonialismo, pero también por las resistencias que han intentado desafiarlo. Monumentos como el Ángel de la Independencia o las figuras de Paseo de la Reforma son recordatorios de una historia que, aunque oficializada, sigue siendo incompleta.
Al reflexionar sobre estas estatuas, deberíamos preguntarnos no solo a quiénes representan, sino también a quiénes excluyen. Tal vez el verdadero acto revolucionario no sea simplemente derribar, sino reimaginar: transformar el espacio público en un lugar donde todos podamos encontrar nuestra propia historia.