La primera guía de La Ciudad de México se escribió casi por accidente en 1575, cuarenta años después de que la ciudad comenzara a existir como tal. La redactó un científico llamado Francisco Cervantes de Salazar, quien trataba de hacer más bien un manual de herbolaria y geografía. Cuando Francisco llegó, recomendado por el virrey Alonso de Mendoza, comenzó a dar clases de gramática en la Real y Pontificia Universidad de México, y al mismo tiempo a redactar su Crónica de la Nueva España, considerada la primera guía de la Ciudad de México.
La Crónica de la Nueva España son 7 volúmenes donde el autor describe a detalle los diferentes aspectos de la vida novohispana. El primero se ocupa de la naturaleza, el terreno y las costumbres de la ciudad. Allí hay, por ejemplo, un capítulo que habla exclusivamente de los médicos y hechiceros indígenas de la ciudad. Más adelante hay otro sobre las supersticiones y señales con la que los nativos auguraban la buena o mala suerte de las personas. En el mismo libro hay un capítulo acerca de los animales agresivos y mansos que viven en la ciudad:
Hay en esta tierra, como en España, algunos animales, aunque difieren en algo de los de España, como leones, lobos, osos, venados, corzos, gamos, liebres, conejos, tigres, onzas. Déstos, los tigres han sido muy dañosos, porque andaban muy encarnizados, y tanto, que esperaban los indios por los caminos para matarlos.
Para los siguientes dos libros, las crónicas toman un tinte un poco más político. El segundo libro comienza con el descubrimiento de la Nueva España y de cómo fue el primer contacto de Cortés con Moctezuma. Pero no por eso abandona su carácter descriptivo, pues en los capítulos y libros siguientes, Cervantes de Salazar escribe sobre los terrenos y edificios que Cortés vio al llegar a las ciudades mexicas. Para la redacción del segundo y el tercer libro, el cronista tuvo que consultar las cartas de relación que Hernán Cortés mandó a los reyes de España.
En el libro cuarto —que es el más extenso de todos— escribe su guía de la ciudad a partir de su erección. Describe a la ciudad de México como un sitio extremadamente glorioso, no sólo por su historia, sino por la belleza de sus edificios y paisajes descritos por los primeros exploradores españoles como algo jamás visto en ningún lugar de Europa. Las descripciones de los mercados son tan detalladas que pareciera que Cervantes de Salazar revisó puesto por puesto las mercancías y a las personas que las ofrecían. Si habla de animales, por ejemplo, escribe primero si son comestibles y cómo es que los preparaban para la venta. Cuando habla sobre los puestos, no pierde ni el rasgo más pequeño. Pone en el texto cómo es que estaban dispuestos uno junto al otro.
Tráese a este mercado carbón, leña, ceniza, loza y toda suerte de barro pintado, vidriado y muy lindo, de que hacen todo género de vasijas, desde tinajas hasta saleros. T’ráense cueros de venados, crudos y curtidos, con su pelo y sin él, y de muchos colores teñidos, para zapatos, broqueles, rodelas, cueras, aforros de armas de palo, y asimismo cueros de otros animales y aves, adobados con su pluma y llenos de hierba, unas grandes y otras chicas, cosa cierto para ver, por las colores y extrañeza.
Sus descripciones podían ser bellas o absolutamente viscerales, pero para tener un buen panorama sobre la ciudad y las cosas que existen en ella nunca sobran los detalles. Con todo, los aspectos históricos y cotidianos de la Nueva España quedan cubiertos en las crónicas de Francisco Cervantes de Salazar. Gracias a su minuciosa forma de redactar lo que veía, lo que inició en el primer libro como un estudio de herbolaria y geografía de México se extendió hasta ser la primera guía de la Ciudad de México, o por qué no, nuestra tatarabuela.
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