La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Estos conmueven por
su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté
por desdibujarse como el rostro de un sueño.Todo, entre los mortales,
tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso
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Borges, “El aleph”

 

“Recuerda que morirás” (“Memento mori”), le dijo una vez un esclavo a un guerrero romano que se pavoneaba entre las multitudes después de haber triunfado en una batalla. “Recuerda que morirás y que eres solamente un hombre” (Respice post te. Hominem te memento). Aquí, en la antigua Roma, nace esta frase que después invadiría los poemas, pinturas, criptas, canciones y libros de toda la cultura occidental. Y lo sigue haciendo porque, desde luego, cumple una función esencial.

Justo ahora hay una exposición en el MUNAL llamada Melancolía que está invadida de ese hermoso motivo, el memento mori. El melancólico, ser precioso y patético que Borges describía tan bien, lleva en el rostro siempre el filo de la desaparición. Por ello el hecho de que haya una sala completa dedicada al motivo de la muerte en vida, o al recuerdo implacable de la muerte, resulta tan ad hoc. Estos son algunos detalles y pinturas que conmemoran la finitud:

memento mori

Julio Ruelas, Doctor Pierrot, 1898

memento mori

Manuel Rodríguez Lozano, Mujer de blanco, 1942

memento mori

Diego Rivera, Después de la tormenta, 1910

memento mori

La muestra en general es un recorrido por la espesa y desengañada mirada del melancólico que termina revelando su poder transfigurador: como el memento mori, que es a la vez un recordatorio de la muerte y una conmemoración de la vida, la melancolía es, como lo dijo el curador de la muestra “además de pesadumbre, locura y miedo, ese sentimiento capaz de producir creatividad, heroísmo, intelectualidad y la búsqueda en lo profundo del ser humano.” Y nada lo explica tan bien como este cuadro de Tamayo, que culmina el recorrido de Melancolía:

memento mori

Rufino Tamayo, El iluminado, 1982

Para disfrutar esta muestra hay que andar en sus salas como lo haría un melancólico errante: desvíate, tómate tu tiempo y haz tu propio recorrido como lo vayas sintiendo en lo más profundo de ti.

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