Hubo una época en donde el tren era el rey supremo: era el medio de transporte más moderno y rápido, miles de personas dependían de él para transportarse y existía toda una infraestructura ferroviaria a lo largo y ancho del país. Hoy quedan solo rastros de aquellos tiempos. Sobreviven los ferrocarriles de carga, pero levantaron casi todas las vías de tren y demolieron la mayor parte de las grandes estaciones de la ciudad, como la de San Lázaro, la de Hidalgo y la de Colonia en Sullivan. La de Buenavista, inaugurada en 1959, es la única gran estación que sobrevive, aunque en un estado casi irreconocible, pues la reacondicionaron hace algunos años para convertirla en la terminal del tren suburbano que conecta la ciudad de México con el municipio de Cuautitlán. Pero existe otra estación de tren en La Villa que es mucho más chiquita y que está casi intacta.
La estación de tren La Villa
La estación de tren La Villa es el edificio ferrocarrilero más antiguo que sobrevive en la ciudad. En un terreno de la ya desaparecida Hacienda de Santa Ana Aragón, la inauguró Porfirio Díaz en 1907 con muros de piedra revestidos con cal y arena. La nueva estación reemplazaba una estación de madera que existía en ese mismo lugar desde mediados del siglo XIX. Originalmente era la última estación del tramo que desde 1857 salía de la Glorieta de San Martín, cerca de Santiago Tlatelolco, y que recorría 7 kilómetros de rieles tendidos sobre la Calzada de los Misterios hasta llegar a La Villa. Más tarde, en 1873, desde allí salía una locomotora (La Guadalupe) con dos vagones de pasajeros rumbo a Veracruz vía Orizaba. En total hacía como 20 horas de recorrido, muy poco tiempo comparado con los tres o cuatro días que tardaban los carruajes en llegar al puerto. En la estación todavía sobrevive una placa en la pared que dice “Altitud 2240m, México 7km, Veracruz 418km”.
La muerte de los trenes
La estación de La Villa dejó de funcionar en 1990. Con la apertura de Buenavista, la Villa fue perdiendo importancia hasta quedar relegada primero a viajes suburbanos, y después solamente a trasladar coches de carga. También la afectó la desarticulación, privatización y transnacionalización del sistema ferrovario nacional en nombre de la modernización que se gestó en los noventa y que le dio muerte a toda la época de oro de los trenes. En esa década se dejó de escuchar el silbato y la marcha del ferrocarril en La Villa y en todo el país.
El Museo de la Estación de La Villa
Es una suerte que la estación de La Villa haya sobrevivido hasta nuestros días, incluso después de que estuvo abandonada durante varios años y de que se utilizó como taller mecánico y cuartel de la policía auxiliar. Afortunadamente, en el 2006, la Secretaría de Cultura decidió rescatar el inmueble y convertirlo en el ‘Museo de los Ferrocarrileros’. El museo cuenta la historia del gremio ferrocarrilero, sus huelgas y sus grandes luchas a través de fotografías, documentos, artefactos, vagones y herramientas. Hoy en día se puede visitar.
Las locomotoras de vapor
Si vas al museo puedes ver tres máquinas originales: la locomotora 67 de tracción a vapor fabricada en 1899 que dejó de usarse en 1968 y que estuvo exhibida hasta el 2010 junto al Monumento a la Revolución; la locomotora 507 de tracción de vapor que fue puesta en servicio en 1901 en el Istmo de Tehuantepéc (que estuvo muchos años en el Bosque de San Juan de Aragón) y que tiene un cabús amarillo en la parte de atrás; y la locomotora de vapor sin fuego (que funcionaba con un generador eléctrico externo) de más de 70 años de edad y que se usaba para mover carros-tanque con combustible en la Antigua Refiería de Atzcapozalco.
La estación de tren de La Villa es un lugar perfecto para aquellos que somos nostálgicos por naturaleza y que queremos que se llene la ciudad de trenes otra vez.
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