San Ángel es un barrio silencioso. Parece repeler los persistentes deseos de “actualizar” el aspecto de la ciudad porque lo nuevo desentona, y todo, hasta el suelo, está hecho de piedras. Pero antes de eso era puro paisaje de bosques y ríos y se llamaba Tenatitla. Hasta 1615, cuando llegaron los carmelitas descalzos (descalzos por un principio de austeridad y compromiso de pobreza) y pusieron la primer piedra del colegio de San Ángelo Mártir, del que toma el nombre San Ángel. Este colegio es clave, es lo que hoy conocemos como el Museo de El Carmen, y todos hemos oído hablar de él pero pocos lo hemos visitado. Más aún, pocos sabemos lo que hay dentro.
Este museo no es lo que parece. Si decimos que es un viaje histórico a través de los usos y costumbres de los carmelitas descalzos, nadie iría. Y sí lo es. Pero también es otra cosa. Este inofensivo lugar virreinal de parafernalia religiosa esconde un secreto oscuro debajo del piso.
Después de perderte en los muchos pasillos del monumental templo, de pasar por una fila interminable de puertas cerradas, de entrar a salas y salas llenas de muebles, pinturas, esculturas y murales originales de los carmelitas, de estar literalmente perdido todo el tiempo entre silencio y soledad (que sólo rompen los guardias del museo), un cierto tipo de humor se instala en ti, algo así como que el misticismo religioso te invade y tu imaginación está viajando por la época de La Colonia. Cuando sientes eso es el momento perfecto para regresar al inicio del museo y entrar a la sala de las momias no identificadas.
Bajando por una escalera estrecha llegas a una capilla mortuoria que, cuando la casa estaba habitada por los carmelitas, usaban para poner las criptas donde enterraban a los frailes del colegio. Después extraían sus huesos y los llevaban al osario, que también era el lugar donde celebraban misas de cuerpo presente y ritos fúnebres.
Se puede decir que el Museo de El Carmen es un lugar donde la muerte siempre ha sido protagonista, y eso se torna evidente cuando llegas a la parte más profunda de la capilla y de pronto estás entre muertos. 11 momias en 11 féretros.
Las momias de San Ángel se descubrieron hace relativamente poco, en tiempos de la Revolución, cuando los soldados entraron en busca de tesoros perdidos u olvidados de los carmelitas. Entonces encontraron estos cadáveres momificados, anónimos, que seguramente pertenecieron a pobladores cercanos que enterraron ahí durante el periodo de abandono del edificio.
Es macabro estar frente a estas momias. Pero aún es más siniestro que estén allí, en San Ángel, tan cerca de nosotros, y que pocos sepamos que están ahí. Que nadie sepa quienes son, que parezcan mujeres. Aún visten atuendos de plebeyos del virreinato, y tienen gestos terribles en el rostro, seguramente por la posición de sus cuerpos y la forma en que el tiempo y las condiciones del espacio decidieron mantenerlos.
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