“Colombianísimo”, responde Mateo, cuando al llegar a su estudio le preguntamos si era esa su nacionalidad. Después de haber vivido casi toda su vida en Bogotá, este artista que trabaja con lo diminuto, con una precisión casi milagrosa, se mudó hace cinco años a la Ciudad de México, que lo ha encantado.

mateo pizarro

“Hay un disfrute que he redescubierto acá. Uno no se puede distraer un segundito porque de pronto sucede algo extrañísimo. Amo esta ciudad, es una locura la cantidad de secretos que tiene”. Igualmente, su trabajo recompensa al observador paciente: por escala y detalle, sus dibujos son también secretos que se revelan como la ciudad. Pero además revelan por ser el medio con el cual habla de lo que le interesa y preocupa.

mateo pizarro

Saca una serie de dibujos de animales extraños. Es un bestiario, su proyecto más reciente. Este bestiario parte de investigaciones que su novia, Mar Gámiz Vidiella, realiza a la par de las ilustraciones. Ella encuentra descripciones de animales y quimeras de distintos periodos históricos: desde descripciones de Marco Polo, textos medievales, naturalistas, orientales, hasta apocalípticos. Él los recibe sin nombre ni contexto, y los dibuja. Este experimento resulta en especies como un escarabajo con boca de humano, un rinoceronte-chivo con cuerno de unicornio o una serpiente con garras de felino: todas ellos quimeras de quimeras. Cada criatura es la mezcla entre la descripción textual de un autor, la percepción de Mateo y su técnica hiperrealista en miniatura.

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En realidad, toda creación es un bestiario. Después de todo, crear es combinar y metaforizar lo ya conocido; es el gusto por reordenar el mundo, motivado por una mezcla entre sueños, miedos y deseos.

La fascinación por lo miniatura es algo tan humano como perverso el gusto por los bestiarios. Podría ser que lo cautivador de la miniatura se deba a la alteración de las proporciones. Si es así, y si el bestiario es perverso porque altera el orden de la naturaleza, Mateo conoce bien cómo seducirnos; cómo movernos con lo más humano para hacer brotar desde lo más hondo nuestra animalidad.

Para mí tiene también que ver con una necesidad de ponerme en contacto con mi propia animalidad. Con tratar de dejar el estado de hiperracionalidad al que por mucho tiempo me encontré casi condicionado.