Luis Mussot es dueño de Filatelia Mussot, un negocio de estampillas y timbres postales que empezó su papá, quien fue refugiado español hace 63 años. Su abuelo también participó de la fundación, que está en Río Tiber 99, en la colonia Cuauhtémoc.
Filatelia Mussot vive de la compra y venta de timbres. Cuesta imaginarse cómo, en tiempos donde la vorágine de la tecnología dicta el día a día, subsiste un negocio específico hasta lo minúsculo que además se basa en algo –por lo menos– obsoleto, el arte de mandar cartas. O más bien de no mandarlas porque la mayoría de los timbres son anacrónicos, de colección. Podemos decir la Mussot sobrevive puesto a que 63 años atrás era una de la principales filatelias de la Ciudad de México, y hoy es la única que queda. Ese es su secreto, la exclusividad de un gusto en extinción que satisface el tiempo libre de los meticulosos que pueden pagarlo.
Sin embargo, el coleccionismo de timbres no es una afición costosa si uno no quiere, algunos coleccionan caro y otros más barato. Sus clientes van del más al menos pudiente, pero no se pueden dar nombres por confidencialidad. Qué le da valor a una estampilla es una de las dudas que Mussot nos ayudó a aclarar.
El dinero está en las cosas raras que la gente colecciona. Hay quienes compilan lo más sencillo y, aunque tengan cien mil timbres, vale poco su selección. Y hay quienes tienen 10 timbres que pueden valer un millón de dólares.
En esta tienda hay timbres para los que tienen afinidad por los países, las razas de perros, las mariposas, los barcos, el cine, el fútbol o personajes ilustres… pero, de acuerdo a Mussot, esos son los más comunes. También hay quienes coleccionan timbres usados, aquellos cuya función postal ya expiró y se han vuelto tautológicos ––Cuando un sello ya está cancelado, cuando ya viajó de México a Venezuela y no se puede volver a usar, es cuando sólo le queda el destino de ser parte de una colección. Pero hay timbres usados que valen más que uno nuevo. Uno de la Revolución, por ejemplo, o de un año en que no hubo envíos de Ciudad de México a Chiapas, se convierte en un timbre muy caro. En un timbre único.
Lo opuesto es, digamos, el clásico sello de Hitler. Mucha gente lo ha adquirido pensando que por su carácter subversivo se convertiría en un tesoro. Pero en la Alemania Nazi se imprimieron miles de millones de estampillas-retrato del Führer y por lo tanto no valen nada. La escasez le da valor a los timbres porque les imprime deseo, y eso es lo que mueve, si no al mundo, sí al coleccionismo.
La estampilla más accesible cuesta 25 centavos de dólar, vimos varios de esos en la vitrina de la entrada. El otro extremo asciende a los 3 millones y medio de dólares y está en Suecia, incluso Luis lo conoce únicamente por fotos. Ese, que desconocemos qué imagen lleva, es como el Santo Grial de las estampillas, una leyenda impresa en el mismo renglón que una obra de arte.
Como en el mundo del arte, también habemus copias, falsificaciones y originales, y, por supuesto, expertos que saben detectarlas. Con el tacto pueden saber si una estampilla ha sido o no reengomada.
La ruina de los timbres es el agua. La humedad es lo peor que les puede pasar. En lugares tropicales como Cuba y Puerto Rico, al papel le sale un hongo y se mancha. Las medidas preventivas incluyen talco, que impide el paso de la humedad y los mantiene suaves, y cuartos aclimatados como los que usan con los puros.
Los precios en Filatelia Mussot están en dólares para unificarlos con el mundo, ya que cada 5 o 10 días corresponsales de varios países mandan pedidos. Más allá del pleonasmo, el timbre es un objeto internacional. En realidad no es más que un impuesto que se paga por un servicio, el de mandar decir; es como el boleto de avión de una carta.
La actividad del coleccionista de timbres es solitaria y aislada, sin embargo se fundamenta en la necesidad del otro, en la comunicación y la unión de dos puntos en lejanía. Filatelia, el arte de coleccionar timbres, viene de filigrana: el mensaje bello y secreto que tienen algunas piezas a las que les asignamos valor de cambio. En México la filigrana de los timbres dice Secretaría de Hacienda o Gobierno mexicano a veces en letras entrelazadas de manera artística. Es una marca de agua testigo de la autenticidad de ciertos objetos y se ve sólo a contraluz porque llevan bencina.
Hasta donde sabemos, la filatelia se originó en Europa con el mismo ánimo que bordar, tejer o hacer conservas, es decir, no hacer hijos en época de heladas. Los fríos duraban 5 o 6 meses durante los cuales había que encontrar pasatiempos; esto dio origen a los grandes matemáticos, músicos, pintores y, desde luego, coleccionistas.
El señor Mussot no colecciona timbres, arma rompecabezas.