Carlos Mérida murió a los 93 años y murió de pie. “¿Qué quiero decir con esto?”, dijo Sara Baz, directora del Munal, en la inauguración de Retrato Escrito, la expo que celebra los 100 años de la llegada de este artista a México: “Pues que estuvo trabajando intensamente tres días antes de su fallecimiento y de inaugurar su último trabajo de pintura mural decorativa en la Torre Omega”. Carlos Mérida fue un artista implacable, apasionado por descubrir las nuevas formas del arte mexicano; una vanguardia propia, cargada del simbolismo prehispánico.
Hace un siglo Carlos Mérida llegó a México desde su país natal Guatemala. Tenía 28 años y ya había viajado por Europa –donde visitó los talleres de vanguardistas como Modigliani o Van Dongen–. París lo había encantado y con esto cultivó su propio estilo, que fue cada vez más abstracto en la forma y apegado a sus raíces indigenas en los temas.
En Retrato hablado no hay cédulas ni explicaciones curatoriales: a las obras las acompañan fragmentos de la autobiografía inédita del artista. Así, “cada cuadro embona con el texto”. Es un recorrido por 290 piezas del artista, entre pinturas al óleo, serigrafía, dibujo, boceto, fotos y publicaciones sobre todas sus etapas como pintor, muralista y director de la escuela de danza; Mérida fue el primer director de la escuela de danza en México. Diseñó vestuarios y escenografía
A Mérida le importaba la pureza, la forma y el color. Las salas son el paisaje de su filosofía y sus gustos. Un retrato colorido y geométrico (y hablado) de este artista que se hizo mexicano por gusto y –no queda duda– le dio a esta ciudad mucho de regreso.
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