El colectivo multidisciplinario de arte y estudio de producción Hojarasca nos invitó a conocer su taller. Nos encontramos con un grupo creativo, entusiasta y exigente en el que participan jóvenes provenientes de distintas disciplinas y profesiones. Es un grupo horizontal que abarca en su práctica artes visuales, diseño gráfico e industrial, cine, escultura, fotografía y escritura. Los miembros del colectivo conviven diariamente en el mismo espacio para discutir, ensayar y ejecutar sus proyectos personales y grupales.

Hojarasca está compuesta por Emiliano Valencia, Rodrigo Ímaz, Juan Romo, Emilio Araujo, Luis Flores, Ayamel Fernández, Santiago Hevia del Puerto, Genaro Rodríguez y Jorge Borja. Los acompaña también Uma, la gatita del estudio. Todos colaboran y conviven como amigos en el espacio desde hace varios años. En 2016, Emiliano le propuso a Rodrigo que le impartiera un taller de dibujo a él y algunos amigos suyos, todos vecinos del sur de la Ciudad de México. Rodrigo aceptó y comenzaron las sesiones en su departamento. Pronto, el taller se expandió a otras actividades. “Veíamos libros, hablábamos de procesos creativos, dibujábamos, hacíamos ejercicios de apreciación”, relata Rodrigo. En 2019, Emiliano, Rodrigo y Juan iniciaron formalmente con el colectivo. Algunos miembros se han ido y nuevos han llegado, pero el núcleo permanece más o menos intacto. Desde entonces, han transitado por diversos puntos de reunión, pues más que un espacio físico, Hojarasca es una idea colectiva. 

Colectivo Hojarasca, un ejemplo de aprendizaje en conjunto liderado por el artista Rodrigo Ímaz

Hoy se encuentran instalados en un taller que cuenta con espacios para la producción y la práctica artística así como para la convivencia. Además de mesas de trabajo, caballetes y un estudio para la realización audiovisual, la casa también tiene espacios verdes y luminosos que el colectivo procura en su quehacer. Los miembros de Hojarasca militan en la idea de cultivar la multidisciplinariedad. “El propósito del colectivo”, explica el cineasta y fundador Juan Romo, “no es únicamente el de crear una obra de arte. También está la creación perpetua de procesos artísticos, el diálogo entre disciplinas”.

El nombre del colectivo tiene un origen literario y diversos ecos. Nace de la primera novela de García Márquez, comenta Ímaz, “donde hay atisbos de las fuerzas naturales y mágicas que provocan cosas. [García Márquez] narra la hojarasca como esta masa de viento con hojas que azota a una empresa bananera”. Es en esa novela homónima del escritor colombiano donde aparece Macondo por primera vez. La imagen es significativa para el colectivo por varias razones: por cómo es metáfora de agrupar, por el poder antierosivo y de conservación de las hojarascas en el medio ambiente, por cómo es el punto de partida de algo que siguió creciendo después; Hojarasca es una y todas las hojas, y queman tanto como compostan.

La Hojarasca, un colectivo que comenzó como unas clases de dibujo impartidas por Rodrigo Ímaz

La práctica artística que emerge del colectivo busca siempre estar en diálogo con su contexto. Por ejemplo, las películas El hiato azul y Solar, de Juan Romo, que abordan el fenómeno de la migración en México, o el documental en desarrollo Isla de monos, en torno a los monos con obesidad de Catemaco, apoyado por la mirada histórico-ambiental de Ayamel Fernández. Este filo social no anula la producción personal. Ejemplo de esto es la obra gráfica de Luis Flores y de Rodrigo Ímaz, la ingeniería de Emiliano Valencia, la poesía visual de Emilio Araujo o la fotografía de Santiago Hevia del Puerto.

Varios temas tocados por Hojarasca, como la migración y el impacto ambiental, van mucho más allá de la CDMX. Su trabajo también apunta a reivindicar la producción cultural desde el sur global como posición geopolítica. Para los miembros del colectivo hay una importante tradición artística en el sur. El problema, aseguran, es que no cuenta con espacios suficientes para mostrarse.

Actualmente, algunas obras de los participantes de Hojarasca se pueden observar en la exposición colectiva “Caldo Tlalpeño”. El hilo conductor de esta muestra utiliza el famoso potaje sureño como símbolo de diversidad y cohesión geográfica. El colectivo explica que ese platillo era una buena metáfora para hablar de una producción que se da en una región específica de la ciudad, pero que es diversa en cuanto a sus intereses, temáticas, soluciones y propuestas estéticas. Así, además de los miembros del colectivo, participaron otros artistas vinculados al sur de la Ciudad de México de una u otra manera como Maribel Portela, Demián Flores y Patricia Soriano.

“’Caldo Tlalpeño’ nos ha permitido abrir un espacio desde el sur de la ciudad que aporte a descentralizar el arte”, apunta Ayamel. Según Fernández, esta exposición reivindica la producción sureña, a la vez que ayuda a abrir canales de diálogo sobre el trabajo artístico colectivo e individual en otros lugares del país. Después de todo, “La exposición”, añade Fernández, “se ha presentado en Mocorito y en Culiacán. Estará también en Mazatlán y Tlaxcala, para finalmente llegar a Tlalpan, donde irónicamente nunca se ha presentado”. 

Más allá de las metas grupales que comparten, una importante misión de Hojarasca es retroalimentar sus procesos todo el tiempo para crecer juntos. El colectivo busca aprender tanto como puedan unos de otros. Su objetivo es imaginar nuevos caminos para hablar del contexto actual de forma crítica tanto como fortalecer la producción artística en común. Así, en Hojarasca el trabajo es aprendizaje y al mismo tiempo una ventana hacia el desarrollo artístico y crítico, individual y colectivo.