Si Dan Flavin, pionero del uso de luces fluorescentes en el arte, levantara la cabeza 20 años después de su muerte, estaría encantadísimo de lo que el Museo de la Ciudad ha hecho con el arte lumínico. Luz e Imaginación, exhibición que ocupa siete salas del museo del centro, presenta el trabajo luminoso de artistas y colectivos y su unión con la tecnología. La exposición sumerge al espectador en una experiencia basada en la nueva estética del lenguaje audiovisual.

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Bajo el maravilloso concepto de la “psicogeografía”, que rastrea la influencia de la ciudades en sus habitantes (los efectos específicos de ciertas esquinas, arterias, pasajes y luces, y convierte al cuerpo en un sensible recolector de datos), la exhibición intenta ligar lo emocional con la urbe capitalina. Las cuatro últimas obras de la exhibición son un auténtico prodigio de la instalación lumínica audiovisual.

La primera de estas consiste en una estructura del artista Iván Abreu. Se trata de un sistema de rieles mecánicos que, al girar con una luz led detrás, crea un juego de luces y sombras en movimiento continuo sobre un muro, como si fuese el entramado de una ciudad. Las combinaciones y el juego de movimientos –que nunca son los mismos– te sumerge en la obra hasta que puedes salir de ella por ver los reflejos de las sombras de los demás en la pared.

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La segunda es la hipnotizadora Superposición de Paolo Montiel. Dos estructuras verticales, compuestas por tres cuadrados acrílicos transparentes, son traspasadas por una luz láser que cambia de forma con el sonido de un gong tibetano. Los acrílicos además tienen agua de un lado y cristales del otro, los cuales deforman las luces que se proyectan en el piso en forma de geometrías concéntricas. El agua hace vibrantes los bordes de las formas, mientras que los cristales producen roturas e irregularidades en las mismas.

Las últimas dos piezas son del colectivo Cocolab. La primera es un conjunto de piedras volcánicas en el suelo con una serie de paneles translúcidos suspendidos en el aire. A través de los paneles pasa una proyección de líneas que generan formas aleatorias o retículas. Junto a la neblina se produce una sensación ondulante en las piedras, como si uno se encontrara ante rocas del mar mismo. La segunda pieza de Cocolab, y última de la exhibición, es White Canvas. Esta incluye 126 luminarias robóticas que van proyectando chorros de luz blanca alrededor de una sala completamente negra al ritmo del sonido del mar, de los pájaros en la selva y de la lluvia.

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Este final semiapocalíptico de la tensión provocada entre la tormenta de lluvia, y los momentos de calma con luz serena y esperanzadora en la naturaleza, es el final perfecto para una exhibición que se puede describir o narrar pero que nada tiene que ver con visitarla. Las instalaciones de luz. Al igual que la psicogeografía, están hechas para ser experimentadas, para sumergir la propia presencia física, el sentido de la vista y del oído.

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