Hay menos librerías hoy que hace 30 años y somos más del doble de habitantes. Sin librerías no hay lectores; lugares para locos ya encariñados con las letras que pasan a ver qué más se encuentran o despistados que llegan por casualidad para quedarse años. En la lectura claro, no en la librería. Aunque a veces sí. El caso es que la librería es la puerta; basta con acercar un libro a alguien para que lo tome, lo hojeé, lo huela, se lo quede. Para regalarse libros Ediciones Era es el hallazgo más especial. ¿Es hallazgo algo que lleva tanto tiempo? En una ciudad de librerías y lectores agonizantes, sí.
Hace alrededor de tres años, Ediciones Era se mudó a una hermosa casa antigua en la colonia Roma, a la que cualquiera que toque el timbre del número 4 de Mérida puede entrar. Hay café y mesas rodeadas de plantas con luz que cae en cascada directa al patio interior. En el piso de abajo están todos los libros a la venta y en el de arriba la colección de la editorial y los tesoros: fotografías de muchos de los autores que han publicado allí –como Monsiváis, Paz, Villaurrutia, Lezama Lima–, primeras ediciones, libros de consulta… Hay también un cuarto entero dedicado a los grabados de Vicente Rojo (quién diseñó tantos libros y tantas portadas allí), y en esa casa todo, hasta el biombo del baño, es radiante.
Ediciones Era comenzó en 1960 con las iniciales de los apellidos de sus fundadores: Espresate, Rojo y Azorín, y con todo el espíritu de los sesentas, completito. Neus Espresate, Vicente Rojo y José Azorín tenían veintitantos, eran hijos de exiliados españoles y trabajaban en una imprenta. Era nació así, de la imprenta que cuando estaba quieta se aprovechaba para imprimir libros, todos los libros que se les antojaba imprimir, todos los libros que para ellos importaban en ese momento.
Al inicio publicaron los prohibidos en la España de Franco, pero también literatura, traducciones, poesía… El primer libro que imprimieron fue un reportaje sobre la revolución cubana, La batalla de cuba de Fernando Benítez. Luego vinieron los otros. Del cuidado gusto editorial de los fundadores llegaron Pacheco, Pitol, Monsiváis, García Ponce. Carlos Fuentes publicó Aura por primera vez en Ediciones Era, José Emilio Pacheco obtuvo el premio Cervantes siendo autor allí; casi toda la obra de Elena Poniatowska, con contadas excepciones, se publicó en Era y los comunicados del Ejército Zapatista se publicaron allí antes que en cualquier otro sitio.
Vicente Rojo diseñaba todas las portadas.
Lograr publicar a toda una generación emblemática es tan inusual en un sello independiente como maravillosamente meritorio. Ediciones Era labró un catálogo mexicano heterogéneo y fuerte de libros escogidos para permanecer, de autores tan jóvenes como los que se atrevieron a editarlos. Y se seguirán editando. A diario hay muchas propuestas nuevas que descubren, que les mandan, que continuan buscando con el ojo de Marcelo Uribe, el editor.
En esa casa en la calle Mérida ahora hay lecturas, presentaciones de libros, cine.
Hablar de Editorial Era –una de las editoriales independientes más importantes de habla hispana– es arrojar luz sobre lo esencial, lo que no se puede volver desconocido nunca. Casi medio siglo después de que se fundó es importante saber que allí está y que uno puede tocar el timbre y comprar los mejores libros en español.
Sin librerías no hay lectores, y Editorial Era sigue porque sabe que sin la lectura no podemos ver mejor.
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