Fotografía: Rita Trejo
Una de las tradiciones más profundas y bellas de México es, sin duda, la de celebrar a nuestros muertos. El Día de Muertos no es simplemente una festividad, sino una manifestación de amor y reverencia hacia quienes han partido. Mientras que en muchas culturas la muerte se percibe como un final abrupto y doloroso, en México lo vemos como un ciclo que se renueva, una transición hacia una nueva etapa. Así, cada año, levantamos altares y ofrendas, creando un puente místico entre el mundo de los vivos y los muertos.
Este rito, con raíces en las civilizaciones prehispánicas, no es solo una conmemoración, sino una forma de mantener viva la memoria de nuestros seres queridos. Para los pueblos originarios, la muerte no era el final, sino el comienzo de un nuevo ciclo de existencia. Los altares que levantamos son mucho más que decoraciones; cada objeto colocado en ellos —calaveritas de azúcar, velas, papel picado, pan de muerto— es un símbolo cargado de significado que conecta lo espiritual con lo terrenal.
Las calaveritas de azúcar, por ejemplo, son un elemento central en los altares. Estas tienen su origen en los Tzompantlis prehispánicos, hileras de cráneos exhibidos en ceremonias que simbolizaban el ciclo de la vida y la muerte. Antes de la llegada de los españoles, los antiguos mexicanos elaboraban figuras de amaranto y miel que ofrecían a sus dioses y ancestros como parte de los rituales funerarios. Con la colonización, los españoles introdujeron el azúcar de caña y la técnica del alfeñique, que se fue adaptando hasta dar lugar a las calaveritas de azúcar que hoy conocemos. Este alfeñique es una mezcla de azúcar, clara de huevo, limón y, en algunos casos, chaucle, una planta que ayuda a amalgamar la masa.
El arte de hacer calaveritas de azúcar ha evolucionado con el tiempo. Hoy en día, no solo encontramos calaveritas tradicionales, sino también de amaranto, chocolate y versiones más contemporáneas, como las veganas. Ciudades como Toluca son famosas por sus Ferias del Alfeñique, donde se celebra esta antigua tradición.
Entre las familias que han mantenido viva esta tradición destaca la familia Jiménez, quienes desde hace más de 80 años se dedican a la producción artesanal de calaveritas. Su legado comenzó en Contepec, Michoacán, con el abuelo de Guillermo Jiménez, quien emigró a la CDMX y fundó la Dulcería Jiménez Hermanos en La Merced. Para Guillermo, cada calaverita es más que una pieza de azúcar; es un homenaje a la memoria y una forma de mantener viva la conexión con el más allá.
Guillermo recuerda cómo, desde niño, ayudaba a su padre a colocar los ojos en las calaveritas, una tarea que con los años fue perfeccionando hasta que en los 70, la familia decidió darle un toque único a sus creaciones, inspirándose en los colores psicodélicos de la época. Este giro distintivo, junto con su técnica secreta para dar volumen a los cráneos, ha hecho de sus calaveritas una marca de la tradición mexicana.
El proceso de elaboración sigue siendo totalmente artesanal, con una duración de tres días y decoraciones hechas a mano. Para la familia Jiménez, el 1 y 2 de noviembre son fechas sagradas, un momento para recordar a los que se fueron y honrar la vida a través de las calaveritas.
DATOS:
Anillo de Circunvalación no. 40 puerta 6 locales 62,63,64 y 152. Merced Balbuena, Venustiano Carranza.
Horarios:
Lunes a Viernes
9:00 am – 6:00 pm
Sábado y Domingo
9:00 am – 6:00 pm
Teléfonos:
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Whatsapp:
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*Nota original por Rita Trejo