En los códices antiguos México, Tenochtitlán aparecía representado con un nopal de tres hojas con tunas, sobre un símbolo de la tierra. Cuando conquistaron a la Ciudad de México, el monarca español Carlos V en la tradición europea otorgó un escudo de armas y escribió una carta que indicaba que sería “azul del color del agua en señal de la Gran Laguna en la que la ciudad está edificada, tendría un castillo dorado y tres puentes de piedra, dos leones rampantes representando la victoria de los cristianos y diez hojas de tuna” (puedes leer el texto completo que escribió el rey aquí). Desde entonces –1523– los logos que representan la Ciudad de México han atravesado etapas de simples estilizaciones del primer escudo español y otras más radicales, como durante que el gobierno de López Obrador en el 2000, que retomó un diseño basado en el folio 2 del código Mendocino, un código mexica de 1540 que representa una versión simplificada de la imagen que es para muchos la más cercana: el águila parada sobre un nopal devorando a una serpiente.
Entre 1929 y 1995 por ejemplo, el Departamento del Distrito Federal creó escudos (o logos) oficiales compuestos por las letras de sus iniciales (D.D.F) y en la administración encabezada por Marcelo Ebrard llegó el primer cambio radical, reemplazar la imagen del escudo de armas o la del águila por un símbolo actual de la ciudad: el Ángel de la Independencia (a juzgar por nosotros, el peor error de diseño cometido en contra de la estética que nos representaba). Todos esos cambios sin embargo, mantuvieron la intención de retomar figuras representativas; después nos convertimos en una marca: CDMX. Las imágenes desaparecieron, los colores cambiaron y el nombre de la ciudad se convirtió en un producto comercial.
La parte práctica de convertir el nombre de una ciudad en un objeto comerciable es indiscutible a nivel de comunicación e imagen, sin embargo sería prudente preguntarse qué se pierde y qué se gana con ello. Más allá del gentilicio que pasó a la historia, del gusto o disgusto por la tipografía y el rosa chillón o del chiste que puede resultar decir la cedemex, detrás de la decisión hay una estrategia de comunicación de logos que no ha dejado de cambiar el paisaje de la ciudad. Todo lo nuevo parece llevar CDMX impreso. Los parques que se remodelan, las estaciones de un metrobus de dos pisos, los lugares que resurgen –como el Espacio CDMX adaptado en la ex fábrica del trenecito en Chapultepec–, todo habla de la apuesta por una ciudad con gusto a metrópoli contemporánea, la que este año fue nombrada capital del diseño.
Tal vez sea necesario tirar anclas y barrer símbolos que no representan el presente; crear un nombre con el que cada quién elija como identificarse. O no. ¿Cuál es tu logo favorito hasta ahora?