Desde el primer contacto con el cuerpo, la tierra revela una capacidad de transformación. Su textura y aroma despiertan memorias afectivas, evocando el juego infantil y las tardes lluviosas, cuando el olor a tierra mojada nos envuelve en una sensación de calma.

La tierra es materia viva: cambia con el tiempo, se agrieta, se endurece, se desmorona y se reintegra. En la producción artística, su potencia como material de experimentación radica en su maleabilidad y en su relación íntima con el cuerpo. La artista cubana Ana Mendieta desarrolló en su práctica un contacto profundo con la tierra, impulsada por su interés en el performance y su relación con la naturaleza. Su estudio del territorio estuvo atravesado por su experiencia como mujer latina en una sociedad anglosajona y heteropatriarcal.

A través del término cuerpo de tierra, su vínculo con este medio se materializó en la serie Silueta (1973-1981), una obra que, gracias al registro fotográfico, ha perdurado hasta hoy. En ella, Mendieta explora la identidad en la tensión entre la presencia y la desaparición, en un intento por dejar huella y, al mismo tiempo, disolverse en las raíces del paisaje natural, donde la ausencia del cuerpo tangible solo deja visible su contorno.

El uso de materiales en cada fotografía correspondía al escenario: tierra, flores, fuego, piedras, agua y arena delineaban la silueta humana, mientras el cuerpo efímero, retratado por unos instantes, se fundía con los cambios naturales de la tierra. La materia viva lo absorbía, enraizándolo en sí misma, disolviéndolo en lo impersonal y lo universal, hasta hacerlo pasar desapercibido en un espacio que no distingue entre planta, humano o insecto. De esta manera, resignifica su vínculo con la naturaleza, de donde viene y a la que pertenece.

A lo largo de mi trayectoria como artista, la tierra ha sido un material con el que he conectado profundamente, especialmente en mis instalaciones de adobe, donde busco construir espacios efímeros desde una perspectiva femenina. Tal como lo llevé a cabo en mi instalación Del espacio curvo al cuerpo que habito, expuesta en el Colegio de San Ildefonso en 2024, utilicé la tierra no solo como un medio para construir un espacio físico, sino también como un material que me permitió replantear la relación entre el cuerpo y el espacio. En este proyecto, exploré cómo el cuerpo habita, transforma y se desplaza dentro de un espacio curvo, reconociendo que la tierra no solo moldea el espacio, sino que también preserva lo efímero y natural de sí misma.

Al igual que Mendieta, la relación entre el cuerpo, la identidad, lo femenino y la tierra son nociones que constantemente cuestiono en mi práctica, particularmente al entrar en contacto con la tierra y los materiales orgánicos que implemento en mis obras. La tierra, gracias a su maleabilidad, se convierte en un elemento que permite plantear un pensamiento afectivo sobre la memoria, la presencia y la ausencia en el espacio.