Existen familias famosas marcadas por la tragedia y con tan sólo una búsqueda de Google se puede saber cuáles son. Entre los titulares destacan los Kennedy o los Grimaldi, pero todos sabemos que también las hay menos conocidas. Familias comunes para las que las malas noticias no cesan de llegar y por las que uno pone en duda a los dioses, la justicia divina y los azares del destino. Una familia así es la protagonista de Manchester by the Sea, el tercer largometraje como director de Kenneth Lonergan. La película cuenta con seis nominaciones a los próximos premios Óscar aunque la crítica mexicana ya la define como un filme anti Hollywood.

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Ir en contra de la industria cinematográfica hollywoodense hoy en día debería considerarse algo positivo. Dejar de lado las historias manidas y cursis como la de La La Land para dar paso a películas con menos recursos pero con más sustancia debería ser, para la mayoría, un acierto. Este es uno de los primeros puntos a favor de Manchester by the Sea: es una película tranquila, sin efectos, pero con una historia desgarradora. Lee Chandler (interpretado por Casey Affleck) vuelve a su pueblo natal Manchester-by-the-sea, en Massachusetts, para cuidar de su sobrino Patrick (Lucas Hedges) tras la muerte del padre del chico, su hermano Joe (Kyle Chandler). Una vez allí, Lee tiene que revivir la trágica circunstancia que le hizo irse años atrás y romper su matrimonio con Randi (Michelle Williams), a la vez que intenta superar la muerte de su hermano y afrontar la reciente tutela del sobrino.

Este enfrentamiento que el protagonista no consigue superar pone en evidencia los (abundantes) finales felices de Hollywood. No todo en la vida es alegría y uno a veces no puede con los percances que surgen con el paso del tiempo. Pero siendo realistas, tampoco todo es pena y la historia, a pesar de su crudeza, sabe sacar a los espectadores de la tristeza con dosis justas de un humor inteligente a la vez que tierno. De nuevo, como la vida misma: ni cuando uno está en el más profundo de los dolores se olvida de sonreír, aunque sea por un instante.

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La dualidad experimentada por Lee Chandler se convierte en una inestabilidad interpretada espléndidamente por el actor Casey Affleck. El hermano pequeño de Ben Affleck tiene una trayectoria como actor lenta pero segura. Desde sus primeras películas como actor en la década de los 90, se ha hecho un hueco dentro de los actores inequívocos. Aún así, no fue hasta el 2009 cuando su interpretación del cobarde Robert Ford junto al Jesse James de Brad Pitt (y una preciosa y matizada banda sonora de Nick Cave, por cierto), le valió los elogios de la crítica. Ahora, en Manchester by the Sea, retoma lo reprimido de aquel personaje para darle un toque más introspectivo y humano. Con su personaje, muestra una infinita paciencia mediante los detalles y nos da a entender que, en su situación, muchos hubiésemos explotado antes que él.

El reparto de lujo que le acompaña es otro factor más que no se asocia a la Academia ni a su Academy Award. Por un lado, Lucas Hedges, quien también está nominado al Óscar por Mejor Actor de Reparto, saltó a la palestra gracias a Moonrise Kingdom de Wes Anderson, una película que, a pesar de haber sido nominada al premio y amada por muchos, no se llevó ninguno (al igual que su director). Por otro lado, recaen sobre Affleck, nominado al Óscar al Mejor Actor, acusaciones de abusos sexuales que tuvieron lugar cuando el actor rodaba su primera película como director, la desvergonzada I’m Still Here con Joaquin Phoenix, estrenada en 2010.

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Teniendo en cuenta todos estos factores, controvertidos para la industria más convencional del cine, es lógico que Manchester by the Sea no se perfile como una de las favoritas para los Óscar. Pero quitando intenciones, efectos y reparto, y reduciéndola a sus entrañas, no se puede negar el talento de Kenneth Lonergan para contar historias, quien aprovecha la ocasión para resaltar sus dotes como dramaturgo formado en Broadway. La muerte, la familia y la paternidad como temas centrales se tratan de una manera tan descarnada que hace que te retuerzas en la butaca, no de aburrimiento, sino de dolor. Un dolor visceral que muchas personas pasan a lo largo de su vida teniendo que aceptar las muertes accidentales y el sentido de culpa que deriva de ellas, el cual provoca un enfrentamiento real con uno mismo que, la verdad, poco importa si le gusta a Hollywood o no.

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