La fundación Casa Wabi toma su nombre del concepto japonés wabi-sabi, que refiere a la belleza imperfecta, impermanente, incompleta. Hace dos años y medio esta fundación comenzó con un proyecto de residencias en la costa oaxaqueña, que no tardó en convertirse en uno de los proyectos artísticos más conocidos por su magnífica arquitectura, diseñada por Tadao Ando, y por su propuesta comunitaria. Al igual que el wabi-sabi, Casa Wabi es una pieza incompleta hasta que se articula con las comunidades de la zona y lo mismo sucede con su recién desdoblamiento en la Ciudad de México: Casa Wabi Santa María.
Este nuevo espacio abrió hace menos de un año en la esquina de Dr. Atl y Amado Nervo. Es una casona de principios del siglo XX sitiada por la cotidianidad de los habitantes de ese encantador barrio. Tan solo a su alrededor hay un par de fondas, más de 10 puestos de comida, un taller mecánico, dos escuelas, una guardería y casas antiguas siempre habitadas por las mismas familias. La fachada de Casa Wabi sólo se distingue de las otras casas por una pequeña sala de exhibiciones cuyo ventanal da a la calle.
A diferencia de Casa Wabi Oaxaca, que es principalmente una residencia artística, aquí se lleva a cabo un programa de exposiciones y actividades artísticas –como aquel performance de Galia Eibenschutz que fue en una clase de baile para vecinas de la tercera edad– que se articulan de manera increíble con la comunidad de la Santa María la Ribera, que aunque autónoma, también está en constante comunicación con lo que sucede en Oaxaca.
La muestra actual, La memoria de los muros, es justo eso: un engranaje entre la sede en Oaxaca –cargada de su propia relación con las comunidades aledañas– y la colonia Santa María la Ribera. Se trata de una instalación sonora de los artistas Pedro Martínez Negrete y Diego Orendain que permite experimentar la arquitectura y la vida en Casa Wabi Oaxaca desde lo sonoro. Es decir, uno escucha las voces de mujeres chatinas que narran sus mitos y creencias, de maestras que hablan español y de niños que corren por pasillos, todo acompañado de instrumentos musicales de la región y sonidos del Pacífico. Sonidos que forman un imaginario del Pacífico, de la costa oaxaqueña, de ese espacio paralelo.
Para la comunidad de la Santa María, a la que poco a poco Casa Wabi forma parte, esta exhibición es un asalto a la rutina, una pausa al ruido urbano, una convocatoria de fantasmas. Casa Wabi Santa María se integra orgánicamente a su entorno y se encarga de recordarle a la gente que no hay espacio cultural que esté completo hasta que la comunidad lo haga suyo.
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