Los dadaístas pasaron a la historia del arte por hacer veladas absurdas con performances absurdas, documentadas en revistas absurdas junto a obras de arte decididamente absurdas. Pero, como sucede en la mayoría de las épocas, la historia y las instituciones no les respaldaron en su momento; no llegaron a comprender a ese grupo de artistas que, cansados por el panorama social y político en el que vivían, reclamaban como arte semejantes espectáculos basados en lo absurdo. De esta absurdidad ha escapado Casa Luis Barragán que, dentro del marco Estancia Femsa, propone una exhibición llena de buen gusto que es una joya para los amantes del arte del siglo XX, las vanguardias y el diseño. Dada Zúrich presenta una serie de documentos del Archivo Lafuente (Santander, España) que fueron clave para el dadaísmo y su entendimiento y que, gracias a la reconsideración posterior del movimiento, se conservaron hasta nuestros días.
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Todo comenzó en Zúrich en 1916 con el Cabaret Voltaire. Este cabaret lo creó Hugo Ball, hombre culto, doctorado en filosofía y escritor, y atrajo desde la primera función a artistas y poetas de todas partes de Europa y, sobre todo, a los que más tarde se reconocieron como los dadaístas: Tristan Tzara, Emmy Hennings, Hans Arp, Marcel Janco, Walter Serner, Richard Huelsenbeck, Sophie Taeuber y Max Oppenheimer. En el Cabaret Voltaire se leían poemas, se representaban obras, se tocaban canciones mientras que colgaban de sus paredes obras de Picasso, Kandinsky o Paul Klee. Pero cabe destacar que en esa época Picasso no era el Picasso que conocemos hoy y Tristan Tzara aún menos. Todos estaban juntos y revueltos en una época de incertidumbre y destrucción, de postguerra y pobreza donde ya no importaban las formas sino la presencia de un contenido exuberante.
Después de seis meses, cuando el Cabaret Voltaire puso fin a su actividad, los dadaístas hicieron una revista homónima y sacaron a la luz una serie de publicaciones que contenían textos de Tzara, Marinetti, Apollinaire o Francis Picabia. De la revista que marcó el movimiento Cabaret Voltaire se editaron seis números que fueron clave, dado que en ellos se utilizó por primera vez la palabra “dadá”, salida de la pluma de Hugo Ball, quien una vez más se perfiló como miembro fundador del movimiento. Un año después, en 1917, y habiendo experimentado el fin del cabaret y de la revista homónima, se celebró por primera vez una exhibición dadaísta en la Galería Corray, posteriormente renombrada como Galería Dada. En ella, además de obras dadaístas, se exponía arte cubista, expresionista, futurista y primitivista, es decir, esta pequeña galería de Zúrich se convirtió en un escondite para el arte de vanguardia del mundo.
A partir de ahí, los integrantes del movimiento fundaron otra nueva revista llamada DADA de la que se editaron siete números. En ellos, como en sus otras publicaciones, mezclaban idiomas, formatos, fuentes y tipografías, con poemas de Tzara y grabados en madera de Arp y Janco, a la vez que jugaban con la horizontalidad y la verticalidad de los textos.
Dos de los factores más interesantes del dadaísmo como movimiento de vanguardia fueron que, por un lado, y como cuenta Javier Maderuelo, curador de la exhibición, catedrático de la Universidad de Alcalá de Henares e investigador de vanguardias artísticas, “apenas se produjeron obras” y por otro, la poca apreciación que tuvieron en su día y, por lo tanto, la poca documentación que nos quedó. Javier Maderuelo cuenta:
De estas primeras veladas del Cabaret Voltaire no nos queda nada más que una fotografía de Hugo Ball disfrazado con un traje cubista dispuesto a recitar uno de sus poemas fonéticos. A los seis meses, no se les renovó el contrato de alquiler del lugar donde se realizaba el cabaret así que Hugo Ball decidió hacer una publicación en la cual dejar constancia de algunos dibujos y collages que habían sido expuestos en el cabaret así como de algunos poemas que habían sido leídos.
Las publicaciones se convirtieron entonces en la clave para la supervivencia y conservación del arte dadaísta. Así lo ha entendido también Casa Barragán que a 100 años de la fundación y desarrollo del movimiento, ha traído a México por primera vez 30 documentos fundamentales del dadaísmo como, por ejemplo, la carpeta editada por Collection Dada en 1917 que contiene ocho xilografías de Marcel Janco y un poema de Tristan Tzara. De esta carpeta solo quedan dos ejemplares en el mundo: uno está Zúrich y el otro se encuentra ahora, y hasta el 30 de abril, en la Ciudad de México. En los grabados de Janco podemos observar su voluntad absurda e inútil que, en palabras del propio Maderuelo, “no representan nada, tienen una voluntad completamente abstracta. Era una generación desesperanzada que había vivido la Primera Guerra Mundial y ni todo el arte del mundo había podido frenar eso”. Estas maravillas dadaístas que ahora se presentan en Casa Luis Barragán se podrán observar bajo detalle gracias a la reproducción en facsimilares de algunas de las revistas, como el número uno de Cabaret Voltaire y el número uno de DADA. Todo dentro de un ambiente creado con sumo cuidado: la museografía, soportes e iluminación, han sido realizados por la renombrada arquitecta Frida Escobedo teniendo en cuenta las formas caóticas dadaístas. El resultado, lejos de ser caótico, resulta elegante y ordenado.
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Los dadaístas fueron dejando en la historia el rastro de lo que hacían de manera personal, como dice Maderuelo, “los propios dadaístas se terminaron convirtiendo en sus historiadores”, o de manera impersonal, gracias a que artistas se acercaron al movimiento para documentarlo o, en el caso de Robert Motherwell, para alejarse del expresionismo abstracto al que se le relacionaba. En ambos casos, estas magníficas piezas editoriales y artísticas han llegado hasta nosotros para ser contempladas y apreciadas; para que nos hagan imaginar lo que algún día fueron el dadaísmo y esas veladas (probablemente divertidísimas) del Cabaret Voltaire. Y como nos recuerda Javier Maderuelo:
Las antologías que se puedan leer sobre el dadaísmo tienen un formato de libro. Pero cuando estos textos se reducen a otra letra, se sacan del contexto, se separa un artículo de otro o se elige nada más que uno, el resultado está tergiversado. Si ya, para colmo, lo traduces a un único idioma (los dadaístas mezclaban idiomas en las publicaciones), la cosa se resquebraja y se llega un conocimiento parcial de la obra. Por eso es importante acercarse a la exhibición para ver los originales, ver qué dicen exactamente y ver cómo están hechos.
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