El Barrio de Peralvillo, uno de los asentamientos más antiguos del Centro Histórico que, contrario a la creencia popular, tiene mucho más que ofrecer que autopartes robadas y violencia callejera.
“Peter Pérez descansaba en su accesoria de Peralvillo. El genial detective leía el diario sentado, no en un mueble de alto precio, pero sí en comodísima silla de madera y cáñamo, adquirida en el mercado Hidalgo en uno cincuenta, por ser mueble para la cocina, y previo regateo con la marchanta”- Sin importar que hayan pasado 70 años desde su creación, Peter Pérez, el orgullo de la barriada; continúa personificando la perspicacia y resiliencia del Barrio de Peralvillo.
Así como el periodista José Martínez de la Vega se inspiró en Peralvillo para crear al Genial Detective Peter Pérez, muchos otros lo han hecho antes para representar el folclore de este barrio histórico. Forma parte de la Colonia Morelos (junto a Tepito y la Lagunilla), y apenas abarca 8 cuadras de sur a norte, atravesadas por una avenida del mismo nombre. Sin embargo, no hay que confundirlo con la Colonia Peralvillo (la que tiene calles tituladas como músicos y compositores) o la Colonia Ex- Hipódromo de Peralvillo (hogar de una antigua arena hípica). Antes compartían territorio pero, tras la expropiación de algunos terrenos y la apertura del Paseo de la Reforma, comenzaron a vivir vidas separadas.
Al igual que el resto del Centro Histórico, el Barrio de Peralvillo tiene sus raíces en la época prehispánica. En aquel entonces se le conocía como Atenantitech, que significa ‘bordo de piedra’. Tras la conquista se rebautizó como Santa Ana Atenantitech, ya que ahí se fundó una ermita en honor a Santa Ana de Nazareth. Durante los dos primeros siglos de la conquista fue habitado por indígenas y mestizos que no encajaban en la sociedad española, y es desde entonces que arrastra la etiqueta de marginal. De pobre y violento.
Curioso resulta que nadie sabe realmente por qué se llama Peralvillo. En el municipio de Miguelturra, España, se tiene registro de un territorio autónomo conocido como Per Alvello, que tenía las facultades para ejecutar a criminales y salteadores. Incluso se hace referencia a él en ‘Don Quijote de la Mancha’, cuando Sancho confiesa que teme que “una región de diablos” lo envíen ahí.
Ya en el siglo XVIII, las cosas empezaron a cambiar gracias al auge del pulque. La Corona Española no tardó en monopolizarlo e instaló una Garita o aduana, que cobraba impuestos para que la bebida de los dioses ingresara a la capital. Ahí llegaban recuas de mulas, procedentes de haciendas pulqueras de Tlaxcala y el Valle de Apan; que propiciaron un esplendor económico y comercial gracias a la apertura de negocios y mesones para atender a los arrieros. Esta Garita también marcaba el límite de la ciudad y más allá de ella se extendía una zona inhóspita conocida como los llanos de peralvillo, que llevaban hacía la Villa de Guadalupe.
Avanzamos otro siglo en la historia, y nos encontramos con la etapa de mayor florecimiento para la Peralvillo, que sucedió en el Porfiriato. En este periodo se perforaron pozos y construyeron obras hidráulicas, que resolvieron el eterno problema de agua en el sector (se inundó en 1629 y arrasó con muchas edificaciones del barrio). Gracias a ello fue posible el establecimiento de fábricas icónicas como la Fundidora Talleres del Coro, el taller de vitrales Claudio Pellandini y el propio Hipódromo de Peralvillo. Hasta la mansión del ex presidente Manuel González estaba ahí.
Estamos de vuelta en el siglo XXI. Desde Eje 1 hasta Goroztiza, sobre toda la Avenida Peralvillo, son incontables los negocios que ofrecen refacciones, y los vehículos que bajan la velocidad en búsqueda de las autopartes deseadas. Es el negocio número 1 de la colonia. Más o menos a la mitad del recorrido encontramos la Plaza de Santa Ana, que todavía protege el honor de la parroquia colonial que le da su nombre. En Bocanegra 73, donde estaban los Talleres del Coro, ahora existe la Casa de la Música Mexicana; mientras que en Comonfort 48 yacen las ruinas de lo que alguna vez fue la Casa Pellandini. La antigua aduana del pulque es ahora el Museo Indígena.
¿Otro dato curioso? Según los locales, fue en este mismo barrio donde Jaime Nunó y Francisco González Bocanegra se atrincheraron hasta terminar el Himno Nacional. Dos calles, paralelas la una a la otra, llevan sus nombres en honor a la proeza, como recordatorio permanente de que a la Peralvillo le preceden siglos de historia y tradición. Es y seguirá siendo el orgullo de la barriada.