En algún lugar de esta ciudad se esconde un lago y aunque las sequías a veces nos hacen pesar lo contrario, todavía hay lugares que nos remiten al agua. Uno de ellos es San Lázaro, un lugar que a pesar de estar ahora tan cerca del Centro, en otros tiempos fue una de las entradas más importantes de la ciudad. Uno de los principales puertos de Tenochtitlán.
La entrada a Tenochtitlán
Durante la época prehispánica, el predio que hoy ocupa San Lázaro era el borde oriente del islote en el que se asentó las gran capital del imperio mexica. Ahí estaba el embarcadero más importante para el comercio de la ciudad, pues conectaba con Texcoco, uno de los aliados económicos y militares más grandes de los tenochcas. Además de recibir a los comerciantes que venían de los diferentes ciudad poblados al oriente del lago.
Allí también estaba una de las piezas claves para la estabilidad urbana de Tenochtitlán. Hablamos, claro, del Albarradón de Ahizotl, una especie de dique de madera y barro que servía para moderar el agua que entraba al lago de Texcoco y así evitar que la ciudad se inundara. Más adelante, esa misma estructura serviría como base para construir la compuerta de San Lázaro, una estructura con la misma función que el Albarradón, pero hecha a la medida de la Nueva España.
Por esas épocas también comenzó a levantarse la Fortaleza de las Atarazanas, el primer edificio de la Nueva España, construido justo después de la toma de Tenochtitlán para proteger al ejército español de un posible contraataque mexica y desde allí poder defender el control del antiguo imperio ahora en ruinas.
Allí se guardaron también los 13 bergantines utilizados durante la toma de Tenochtitlán, los cuales Cortés mandó a construir con la madera de los mismos barcos con los que había llegado a México en 1519. Así, en caso de que los mexicas se reagruparan e intentaran rodear al ejército español en las Atarazanas, estos pudieran escapar sin ningún problema.
La Garita de San Lázaro
En 1572 inició la construcción de un edificio que todavía hoy se conserva de pie: la Garita de San Lázaro, llamada así por el antiguo hospital de leprosos donde se veneraba a este santo. Este complejo era uno de los trece que fueron construidos para defender a la ciudad de cualquier ataque y además como un punto de control. Para ese momento, la zona todavía estaba a las afueras de la ciudad, pero continuaba siendo una de sus entradas comerciales más importantes. De hecho, en la misma garita existía una especie de aduana que controlaba la entrada y salida de mercancías al oriente de la ciudad.
Ahora san Lázaro está más al centro de lo que parecía hace 500 años, pero su carácter de puerto urbano permanece, pues continúa recibiendo a quienes todos los días llegan desde las ciudades vecinas para trabajar acá y construcciones como la garita o el hospital de San Lázaro —cuyas ruinas yacen ocultas en un estacionamiento— siguen siendo testigos de ello.
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